Lola es una madre joven y ya con 3 hijos: Gus, Alejo y Rosita, todos de padres diferentes. Trabaja en un salón de belleza, es linda y le gusta producirse. Con su madre internada y sin más familia, Lola lucha por sostener a sus chicos y vivir. Cuando aparece su padre, Omar, a reparar su ausencia y le ofrece una casa y ayuda, Lola acepta. En una decisión apresurada pero obligada por las urgencias, Lola se muda a la casa de Omar. Un día deja a los chicos al cuidado de él para pasar unas horas con su novio, pero cuando vuelve a casa se encuentra a los dos varones solos jugando a la Play y ni rastros de Omar ni de Rosita: ambos han desaparecido.
En la primera toma vemos una misma imagen con distintos tonos de luces, una ventana partida a la mitad, tonos fríos de un lado, tonos cálidos del otro. Un mismo hecho visto desde dos perspectivas distintas, dos interpretaciones cargadas de subjetividad. Eso sucederá cuando Lola descubra que su padre se ha llevado a su hija de paseo pero no regresa hasta el otro día sin tener noticias de ellos. La influencia de los medios, que relatan otras noticias similares con trágicos finales, el pasado presidiario de su padre y el supuesto asesinato de un compañero de trabajo de Omar; sumado al relato de un amigo de Omar, que le cuenta que su padre en el pasado trabajó en un prostíbulo, todos factores que llevan llevan a la joven a pensar lo peor.
Al aparecer la niña con el abuelo, la angustia de Lola por la desaparición de su hija se calma. Pero el conflicto tomará otro rumbo cuando el relato de Omar sobre lo ocurrido esa noche sea confuso, poco claro. El pasado del padre hace pensar a Lola que su padre tenía otras intenciones con su hija pero algo salió mal. Ese hecho empuja al drama de la historia, hacia el choque vincular. Durante esa ausencia Lola ha elucubrado ideas amenazantes sobre lo que el padre podría llegar a hacer con su hija: venderla, abusar de ella, maltratarla, las más oscuras de las posibilidades se hacen sospecha en ella. A partir de ahí veremos como padre e hija comienzan a mostrar una relación de desconfianza y desencuentro, pero también de imposibilidades de expresar sus sentimientos, donde aflorarán heridas y ausencias del pasado.
De esta manera la directora nos plantea una especie de juego de ambigüedades donde dudamos quien es realmente Omar y las caras que componen esa figura. Las cosas parecen una, pero el punto de vista propone la duda y la potencial resignificación de lo que creíamos. Un relato pequeño e íntimo que logra su potencia emocional a través del uso de los sugestivos fuera de campo, donde cada escena es eficaz para potenciar el estado sensorial del espectador. Pero para lograr ese impacto se apoya también en la asombrosa actuación de cada uno de los protagonistas, sobre todo de Marcos Montes en el rol de Omar. Un personaje que despierta sentimientos encontrados, ternura por momentos, bronca en otros, sobre todo en la forma de tratar a su hija, pero que encuadra de manera ideal en la historia. Sofía Britos también se luce como una joven perdida, buscando un espacio donde se sienta contenida. Lugar que encuentra a medias con un novio algo descomprometido con la relación, que prefiere llevar el perro en el asiento de acompañante del auto antes que a ella, pero que los poco ratos que tienen juntos, ya sea en río con sus hijos como teniendo sexo, le brindan felicidad y la alejan de la realidad en la que vive.
Todo ese ida y vueltas, de peleas, discusiones y reclamos, donde no queda muy claro que sucedió esa noche entre Rosita y Omar nos llevarán a una escena final donde los protagonistas expresarán sus sentimientos y contarán su verdad, sin vergüenza. Una escena final con el río de testigo, sencilla pero cargada de emotividad y sentimientos; eficaz para mostrar una relación padre-hija que se empieza a construir. “Rosita” es un relato simple, pero realista y conmovedor a la vez sobre dos personas cuya circunstancias de la vida los separó pero que las urgencias los obligará a encontrarse para forjar una relación, a pesar de sus pasados y penurias.
Puntaje 85/100.