Dos largometrajes que ponen en escena a una madre y una hija. “Vicenta” y “Las Siamesas”, ambas películas estrenadas, recientemente, en la edición n°35 del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Dos film analizados desde la perspectiva del Psicoanalista cinéfilo, Mario Betteo.
Es curioso que las dos películas que vi traten, justamente, de una madre y una hija: “Vicenta” y “Las siamesas”. La primera con críticas a su favor, aunque desde mi punto de vista excedidas. De la segunda, no mucho más que la descripción superficial del argumento. La primera políticamente actual porque trata de los vericuetos y laberintos que hay para defender a una hija de las consecuencias de haber sido violada por su tío y que no le permitan abortar. La segunda, el infierno cerrado en que se encuentran una madre y su hija soltera, luego de la muerte del padre y la herencia maldita que queda en manos de la hija. Y un viaje en ómnibus.
El problema que encuentro en “Vicenta” es que algo que podría haber sido una joya pequeña, bien facetada, usando muñecos de plastilina como protagonistas, con una duración de un corto (10 a 20 minutos) se convirtió en un largometraje. Al ser un film sin movimiento de los “actores” (los muñecos no mueven los labios ni se mueven), al poco tiempo queda a la vista que más que un efecto narrativo es casi una limitación de la producción.
La película termina identificándose con la figura de la hija violada: una joven que crece pero al mismo tiempo no crece, ya que tiene un retraso madurativo. Un film que crece, pero que no crece, porque está limitado en la “plasticidad” narrativa. Es una lástima porque, además, se convierte en una película monocorde. Por eso, adolece de lo que denuncia: que debería de haberse interrumpido a tiempo.
La segunda, “Las siamesas”, es una sorpresa brutal. El argumento prestado de un cuento de Saccomano, es enormemente verosímil. Cómo la familia es la sede del horror, de la angustia, de la clausura, del odio-amoramiento que se establece entre madre e hija, ya sin el macho en escena. Por otro lado, el viaje. El colectivo y todo el trayecto de ellas hasta el final, es de escasa producción, pero con muy poco se puede hacer maravillas, siempre y cuando se apegue la dirección a que las limitaciones deben suministrar riqueza narrativa.
El film pasa de ser un relato de dos mujeres casi iguales, un melodrama, a una película de terror, al mejor estilo de Carpenter por ejemplo. Perdidas en las rutas de la pampa, quedan atrapadas no con los dos choferes, sino con las fantasías de cada una de ellas, sus sospechas, sus reproches, sus perseguidores que están en ellas mismas. El otro es un potencial abusador, un negro sospechoso, intolerable; son los salvadores y los criminales a la espera del manotazo. Ellas son esos animales perdidos en la ruta, desamparadas y donde en cualquier momento se espera que todo estalle, que se accidente.
Además, los diálogos son increíblemente veraces, ácidos, ambiguos, provocadores, insolentes. Son dos mujeres insatisfechas que culpan a la otra de sus propios miedos, de su escaso atrevimiento para producir una propia aventura. Siamesas que nacieron una de otra: medio vivas y medio muertas. Se sacan los ojos entre ellas al mismo tiempo que no pueden vivir sin ellos. Hasta que el viaje llega a su final. Un océano de opciones se abre en la medida que pierda lo que ya es tiempo que se tenga que perder.