¿Qué sucede cuando la intimidad queda expuesta frente al ojo de la opinión pública? Y si esa intimidad corresponde a un grupo de hombres gays a principio del siglo XX en México, ¿cuáles son las repercusiones? ¿Quién dictamina el modo en que debe vivirse la sexualidad? ¿Cuáles son los mandatos que inundan un discurso sobre cómo y quiénes ser?
La película El baile de los 41 (2020) está basada en un hecho real: la fiesta gay más famosa de México. Según lo anunció su director, la propuesta se apega al relato original de la tertulia homosexual ocurrida en la época del porfiriato.
El largometraje comienza con el compromiso de Ignacio de la Torre (Alfonso Herrera) y Amada Díaz (Mabel Cadena). Al evento asiste toda la clase alta acomodada, entre ellos, Porfirio Díaz (Fernando Becerril), presidente de México y padre de la novia. La vida política y la imagen pública estructuran esta escena: mientras la hija del presidente presume el anillo de compromiso frente a sus amigas, el diputado recorre la sala, saludando a los invitados. La atmósfera resulta ostentosa y la envuelve un aire sumamente familiar, y es que allí, todos se conocen. Luego del casamiento y de la noche de bodas, Amada se vuelve la señora de la casa.
En una oportunidad, entre los desolados pasillos del recinto gubernamental, Ignacio de la Torre conoce a Evaristo Rivas (Emiliano Zurita), un abogado con quien, luego de intercambiar varias miradas, lo invita a tomar unos tragos. Avanzada la conversación, disimuladamente, rozan sus manos entre una copa y otra. El flechazo entre ambos resulta inminente y sus cuerpos se convierten en territorio minado. Esa noche, en la oficina de Nacho, se besan. Este romance lleva a que Ignacio lo incluya dentro de un selecto grupo de gays que disfrutan de su sexualidad puertas adentro.
Al llegar, Evaristo se desabotona la camisa, se la quita y alguien venda sus ojos para guiarlo a través de un pasillo ambientado con bañeras y veladoras. Los demás integrantes del grupo, alejados de la ciudad, escondidos de la mirada pública, lo reciben en una suerte de rito de iniciación. Al quitarse la venda, Ignacio lo recibe. Un halo de luz dorada inunda la puesta. Durante la cena, el diputado traza un catálogo de nombres y cargos, descubriendo las biografías de quienes asistente a los encuentros. Le narra, además, cómo llegó a constituirse esta suerte de fraternidad gay. Un pacto de discreción pone en diálogo todas esas vidas, que se hermanan desde la complicidad de saberse diferentes en una sociedad que transforma la sexualidad un tema tabú.
Los encuentros entre ambos se vuelven recurrentes. Movidos por el deseo, Ignacio y Evaristo protagonizan numerosas escenas de alto vuelo poético: cabalgan al amanecer, nadan y se encuentran en sitios clandestinos donde pueden amarse. No obstante, los caminos se cruzan cuando Amada descubre las misivas que su marido y el abogado se envían. La vida se torna difícil.
Los momentos idílicos se cargan de tensión pues ella comienza a exigirle un hijo y así poder guardar el secreto y las apariencias. El conocimiento la vuelve otra. Atrás queda esa mujer que se ahogaba en una mansión vacía, colmada de objetos. De hecho, en una oportunidad, logra encerrar a su marido porque este se negaba a tocarla, sin embargo, Ignacio logra escaparse del cuarto. Se produce una persecución que culmina con ella arrojando un jarrón en medio de la sala. Entonces el plano se abre y se la puede observar tendida en el suelo, entre numerosas cerámicas y cortinas, convertida en un adorno decorativo más.
Amada no se da por vencida y busca el control sobre el cuerpo de su marido y para ello recurre a un oficial quien colabora enviándole guardias para que lo vigilen. La noche del baile, acontecido un 17 de noviembre, Ignacio se viste de mujer cumpliendo con el código de vestimenta solicitado para la ocasión. Lleva puesto un vestido y joyas. En el baile, lo espera Evaristo. Al llegar, se abrazan y planean huir. Se monta un teatro de ensueño donde bailan y ríen. Los cuerpos, fuera de foco, danzan mientras la música suave los aísla. Sin embargo, una redada complica las cosas. Ignacio es excluido de la lista, no así los otros 41. Posteriormente, el escrache público, el castigo a la diferencia y el repudio de una sociedad que busca adoctrinar la sexualidad.
En suma, el trabajo de David Pablos pone en escena lo obsceno, para mostrar, en clave fílmica, cómo los cuerpos y sus comportamientos sufren los embates de una sociedad que mira desde el prejuicio. Entre campanadas y sermones religiosos, entre discursos conservadores, castiga sus conductas. Infringe dolor para coartar cualquier forma de liberación entre las que se encuentra, sin dudas, el derecho a gozar de una vida sexual plena y, por supuesto, el derecho de poder amar sin condicionamientos.
Calificación
Actuación - 100%
Arte - 100%
Fotografía - 100%
Guión - 100%
Música - 100%
100%
El film contiene todos los matices de una verdadera epopeya visual en tanto construye la historia desde el reverso de los acontecimientos.