“Las cosas que decimos, las cosas que hacemos” de Emmanuel Mouret. Crítica.

Llega a las salas de cine este 10 de febrero.

Las cosas que se dicen no coinciden con las cosas que se hacen (Emmanuel Mouret, 2020).  Mouret construye una película-novela que ilustra el arrebato que sufren los cuerpos porque están habitados por la palabra, esa dimensión extrañamente ambigua y  certera. Porque  el orden del lenguaje, a raíz de su carácter parasitario,  nos llega siempre proveniente de un otro que es más que un igual.  El amor y el deseo resultan ser esas infecciones necesarias  que nos hacen humanos. 

Todo nacimiento, desde este punto de vista, es prematuro. Estamos indefensos por mucho tiempo a los vaivenes de lo que quieren sobre nosotros. Estamos expuestos, somos sumamente frágiles (en comparación a cualquier otra especie animal) maduramos neurológicamente muy lentamente y sobre todo oímos, vemos, olemos, sentimos con la piel, besamos con labios que no son un órgano desarrollado para esa actividad sino que es un simple borde de piel y carne que goza sin que le enseñemos, acerca de una experiencia que va más allá de la satisfacción de permitir alimentarnos. 

Me resulta  imprescindible mencionar (sin nombrar uno por uno) al amplio elenco de este film que tiene mucho oficio en todas sus líneas.  Está construido a la manera de una gran pieza de encastre, donde la figura del amor, basado  casi mitológicamente en una unión de dos, Mouret nos la presenta como una serie de triángulos, que se van acoplando y desacoplando por sus aristas. Para que haya dos hacen falta tres.  Parejas que nunca se estabilizan como dos, sino que navegan en la apreciación de que el deseo siempre es deseo que viene de otro lado, y que además, se desea a quien parece que encarna ese otro lado.

¿Cuáles son las reglas del amor? ¿Es más humano poder resistir el embate de la urgencia del cuerpo o por el contrario,es más humano  dejarse llevar por ese embate y ver a dónde nos lleva? Se quiere lo que no se sabe y  no se sabe lo que se quiere.   El azar, la crueldad, los embustes del amor, los espejismos (palabra muy pertinente), el amor  a la propia imagen de sí, en otras palabras, la impureza del amor se contrapone a la aspiración histórica de saber qué sería un amor puro. ¿Todo está permitido en el campo de batalla del amor?  Se cometen las mayores crueldades en nombre del amor. 

El camino del ideal platónico de lo bello  con lo bello está asentado por el hecho que  los cuerpos no se muestran propiamente aptos para el amor. Todas las escenas amorosas que muestra la película en los enredos y desenredos entre las parejas y sus terceros incluidos, adolecen de la sencilla presencia del cuerpo que finalmente impide que haya una relación de fusión, que hace que se confundan el deseo con el amor. Los personajes confirman los arrebatos, los arranques, las ficciones que se provocan sin premeditación (nadie elige a quien amar ni quien nos ama) en un vendaval continuo de palabras y palabras. Porque el amor es un ejemplo de lo que es un performativo, es decir, algo que por ser nombrado, se convierte en un acto, como el jurar o declarar. De ahí que se hable del campo de los sentimientos y no de los pensamientos.

¿Los sentimientos siempre son recíprocos?” Je t’aime… moi non plus”: “Te amo” y la respuesta es “yo tampoco”, muy al estilo de Dalí. 

El amor es ocasionalmente desafiado por el monstruo del deseo. Lo anómalo, lo inconfesable, lo oculto, lo oscuro hacen lugar a la causa. Tomo un ejemplo del film que ilustra lo anterior. La esposa de uno de los personajes, decide hacerle saber que ha conocido a un otro, un alguien que no puede dejar de pensar en él, y que eso la lleva a confesarle que el matrimonio de los dos ya no existe. A su tiempo, él ex marido (que también estaba ya muy lejos de ella por ser amante de una joven) son invitados a un almuerzo en casa de la ex y su nueva pareja. Todo resulta compaginado, equilibrado, sensato, increíble, hasta que un encuentro azaroso hace que se verifique que todo fue una charada, una puesta en escena. Es la escena finalmente desbaratada la que en ese caso reconduce y redirecciona al deseo hasta nuevo aviso. 

El ‘happy end’ del film es un punto delicado de evaluar. ¿Un homenaje al cine romántico norteamericano, plagado de moraleja y final feliz? Lo que convierte al final del film en un cuento de hadas es  presentar a la maternidad como el final de  las mujeres. El deseo de la madre.  Parecen regalos de navidad que maduran y que dan la apariencia de compensar los infortunios del amor así como  los ensayos y errores  que nuestros cuerpos someten y son sometidos.Ellas son finalmente, según el film de Mouret,  las que tienen la última palabra… bajo la piel. 

M.B.

Critica por: Mario Betteo.
Edición: Francisco Mendes Moas.

 

 

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