El pasado 1 de julio llegaron a la plataforma Netflix los capítulos finales de la cuarta temporada de Stranger Things. Al capítulo 8, de 85 minutos, le sigue un final de 2 horas 22 minutos. Los hermanos Duffer, creadores y directores de la serie, califican esta temporada como “más oscura que las demás”. Lejos queda aquella historia más pequeña de aventuras y ciencia ficción, para darle paso a esta historia excepcional de terror y gran montaje. Y por suerte.
Siguiendo con la ausencia de Eleven en el pueblo de Hawkins, el grupo de jóvenes se enfoca en idear un plan para lograr vencer a Vecna, el villano que tiene su primera aparición en el primer volumen. Los demás personajes, situados en diversos lugares geográficos, ayudan de forma colateral. Coexisten así 4 historias como en el volumen 1, que terminan por conectarse en la última parte.
Los Duffer ya habían afirmado que el objetivo del show es “probar cosas diferentes cada año y asegurarse que la serie evolucione. Lo cual sale de forma natural porque los chicos- los protagonistas- están creciendo.” Sin dudas eso se ve reflejado de forma acertada en este cierre: evolución.
Nos encontramos, por ejemplo, con locaciones nuevas. La salida de los personajes de Hawkins da lugar a nuevos escenarios que brillan por contraste: la fría Rusia, la cálida California. Encontramos a una Eleven más madura, mayormente consciente de sus actos y la consecuencia de los mismos.
También se establecen relaciones más sólidas entre los integrantes, como entre Will y Mike quienes, tras un distanciamiento, vuelven a encontrarle un hilo a su amistad que, además, nos deja con algunos interrogantes. Y también se consolidan otras, como la de Eddie y Dustin o Nancy y Steve.
Abundan escenas emocionantes, tal como el solo de guitarra de Eddie Munson para atraer a los murciélagos. Este montaje musicalizado por el clásico de Metallica “Master of Puppets” se consagra uno de los más poderosos de la temporada, compitiendo muy de cerca al de Kate Bush y el personaje Max en el volumen I.
Un aspecto llamativo, que a su vez denota una profunda evolución en el relato, es la conexión con hechos de temporadas pasadas. Los últimos capítulos llegan para reavivar cuestiones que parecíamos haber olvidado y darles una razón de ser y una explicación. Esto mismo brinda una sensación de solidez y coherencia a la historia que se había perdido un poco en las temporadas 2 y 3, las cuales se habían vuelto bastante repetitivas.
Un dato no menor: los efectos especiales. “El capítulo final tiene más efectos especiales que la tercera temporada entera” le contó Matt Duffer a la revista Empire. Y es evidente. La cuarta entrega demuestra un increíble despliegue, que alcanza el momento cúlmine en el episodio de cierre. “Hay una parte de una hora en el episodio final que simplemente no se detiene” agregó el otro director, Ross Duffer. “Es lo más complicado que hemos intentado hacer. Es todo tensión y temor, con un tiempo de ejecución que sería largo incluso para una película.”
Ahora bien, en cuanto aspectos no tan positivos se encuentra la duración de los últimos episodios. El primero del volumen dos se alinea con los demás, pero el segundo puede considerarse excesivo. Algunas escenas parecen brindar contenido innecesario para “rellenar” cierta duración.
Por otro lado, la historia de la prisión rusa y sus experimentos queda un poco incompleta, como si solo hubiese sido un accesorio mientras las demás historias se desarrollan.
Sin lugar a dudas, este segundo volumen cumple con las expectativas que se habían creado con el primero, y prometen más aventuras para el grupo de estos – ahora no tan- chicos. Los hermanos Duffer alcanzan correctamente su objetivo de mantener a los fanáticos intrigados, y en espera de más, en una próxima y ya confirmada quinta temporada.
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