“No va más”: El duro oficio de olvidar. Crítica

¿Qué nos pasa cuando llega la vejez y nuestra única compañía es la soledad: queremos recordar u olvidar? El film de Rafael Filippelli “No va más”, película que cerró la edición del Bafici 2021, narra en primera persona acerca de la memoria y el olvido conjugados en un presente imperfecto atado al paso del tiempo. La mirada del psicoanalista cinéfilo, Mario Betteo. Crítica de "No va más", de Rafael Filippelli, una obra que interpela |  EscribiendoCineLa relación entre la memoria y el olvido no es relajada, pacífica ni tranquilizadora; porque de la memoria se espera una garantía hacia el futuro, y se teme desesperadamente que el olvido sea la puerta abierta de lo peor del pasado. Hay una suerte de cotización de la memoria, que está sobrevalorada. No por una decisión teórica, sino por los testimonios de los vivos que, en muchas ocasiones, no piden acordarse sino… olvidar.

El río del olvido tiene una costa menos frecuentada que la de la memoria, porque se teme que en ella estallen las esperanzas. Tomo un ejemplo colectivo: cuando en el año 1994, en Ruanda los Hutus masacraron en muy poco tiempo a cientos de miles de Hutus, uno de tantos exterminios que la historia ya nos tiene acostumbrado a narrar (desde la Biblia en adelante) al pasar los años, los criminales y las víctimas pedían una dosis de olvido para así poder seguir viviendo unos al lado de los otros. Ellos lo decían con esas palabras.

Recordar lo olvidado, es efectivo en la medida en que ese recuerdo luego pase al olvido y aún más, que se olvide el olvido. Todo esto viene a colación a raíz de haber presenciado el film de Rafael Filippelli “No va más”, película con la cual se cerró la edición del Bafici 2021.

Es una película densa, encerrada un poco en sí misma, monologada por el propio Filipelli dentro de su departamento, caminando como una fiera enjaulada y pensando, pensando todo el tiempo. Como si fuéramos testigos de una “navegación” sin internet por la pantalla de su palabra hablada, leída en ocasiones, casi sin mirar a la cámara, aunque un espejo sirva de su reemplazo.

Filipelli sufre, sufre de olvidos, de olvidos cotidianos, de lo que acababa de hacer hacía unos minutos. Es un hombre que espera. ¿Qué espera? El tiempo lento de la vejez, la experiencia que le aporte un sentido, porque el tiempo presente es como el rugby, dice él, que priman los choques y no el movimiento, la destreza de mover la pelota para evitar el golpe.

Es alguien que vive haciendo pruebas, de whisky, de corbatas (una escena de varios minutos frente al espejo probándose todas las corbatas para elegir una), ese espejo que lo acompaña de manera que no se dé la cabeza contra la pared.

Por eso confiesa que lo más difícil para él es olvidar aunque es lo que le sucede día a día. Lo que parece es que se refiere a dos formas del olvido. De cuando en vez,  intercala frases extraídas de su amplia biblioteca y de su amor por el jazz. “Hay dos clases de hombres: los fallidos y los que no lo intentan”.

Es un personaje beckettiano, algo menos envuelto en sí mismo, pero al fin, un hombre que sabe que no quiere más, pero que sigue fracasando en el intento de olvidar. Un nudo que se hace cada vez más apretado a medida que se lo afloja. Eso es lo que nos dice el director y guionista (se nota la participación de Beatriz Sarlo) acerca de la existencia. ¿Se atreve usted a compartir una hora de su vida con Fellipelli?

Crítica: Mario Betteo

Edición Periodística: Andrea Reyes

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