El nuevo film del realizador de “El Pianista”, que estrena este jueves 19 de agosto en salas de cine, merece todos los elogios del cuidado permanente de su director y guionista, Roman Polanski. Con la mirada crítica del psicoanalista cinéfilo, Mario Betteo, esta nota pone a la luz dos elementos relevantes de un hecho histórico que conmocionó a Francia y al mundo entero.
La intrincada y variada producción cinematográfica de Roman Polanski se empalmó, esta vez, con un hecho histórico que conmocionó a Francia y al mundo entero a propósito del juicio, encarcelamiento y liberación de Alfred Dreyfus. Se trató de la falsa acusación que el ejército francés hizo sobre uno de sus miembros, por haber pasado información secreta a los mandos alemanes. La inocencia -siempre sostenida por Dreyfus- se chocó con la obstinada y criminal acusación sin fundamentos aunque con pruebas de oídas, hacia un militar al que además se lo señalaba despreciativamente como judío. Su destino estuvo acompañado por el también obstinado interés del Coronel Picquart, un militar sin mucho brillo, que sin embargo considera que debe de seguir a la letra su función y no desentenderse de la justicia.
Luego de una investigación plagada de obstáculos puestos en el camino por el Estado mayor del ejército y a posteriori por los tribunales civiles, con años de prisión para Dreyfus en una infecta isla, desemboca finalmente en su liberación (en el camino había caído Emile Zolá con su “J’accuse” publicado en el diario L’Aurore). El otro personaje, al que Polanski lo asciende a ser el protagonista principal del film, el Coronel Picquart, también acusado de difamador, tendrá finalmente el honor de recuperar su dignidad y será premiado con el ascenso a ministro de Guerra.
Merece un permanente elogio el cuidado que Polanski hace de la puesta en escena, de la ambientación, el decorado, el vestuario, la música y la manera en que lleva de la mano a un amplio cuadro de actores, la mayoría pertenecientes a la Comedia Française, un Jean Dujardin impecable y la siempre sorpresiva y desopilante actuación de Mathieu Amalric, que en este film, personifica a un grafólogo que se las da de sabio.
La ciudad de París es recreada de manera tan austera y despojada que, vista a la luz del paso de un siglo, estremece la visión de un mundo que aún no se había desangrado por dos guerras mundiales ni por la nueva vida cotidiana de los ciudadanos rodeados de la luz eléctrica, los vehículos a motor, la telefonía y el obsceno mundo del consumo.
Polanski es capaz de reanimar una historia ampliamente contada por la historia del cine. Pero también el “yo acuso” está íntimamente ligado a la permanente defensa que su director y guionista ha realizado frente a quienes lo han acusado de abuso a una menor. Dejando a un costado el profesionalismo del realizador y su escuadra, nos detendremos solamente en dos detalles que le dan un relieve de paradigma a un film que le debe en gran parte de su crédito al libro de Robert Harris, co-guionista de Polanski: uno, es el de la función de la letra, del escrito, de las cartas y la falsificación; el otro, es el del “espíritu de cuerpo” del ejército.
En cuanto al primer detalle, la guillotina (es simplemente un ejercicio de símil) cae sobre la cabeza de Dreyfuss a raíz de un hecho gráfico: se dice que fue una carta -interceptada por el ministerio de Guerra- que dio cuenta de la traición porque tendría su misma letra. La grafología, la técnica de cotejamiento de impresiones escritas, el ajuste de la verdad a un dispositivo técnico, es como decir que el verdugo de Dreyfus fue el contorno de la letra. Recordemos que en francés, carta y letra se escriben de la misma manera: “lettre”. Cartas que no han sido quemadas; expedientes que van de mano en mano hacen de esos tramos de la película un caso digno del Inspector Dupin, el personaje célebre de “La carta robada” de E.A. Poe. Las cartas/letras encubren y delatan, se esconden o se develan, hablan no tanto por lo que dicen sino por quién la porta. La letra acusa recibo y puede quedar demorada o encontrar otro destino que el destinatario designado.
El segundo elemento relevante, es el de la manera en la cual “en nombre” del ejército, se mata, se secuestra, se silencia, se conspira para eliminar un supuesto enemigo de la patria. Picquart, en un breve diálogo con los generales, los enfrenta diciendo que él está actuando en nombre de “otro” ejército, uno que eleva a los hechos en su dignidad de prueba y no las amañadas interpretaciones. Que no hace falta ser amigo de un judío (el cual él no lo es) para develar que la conspiración y la traición no era de parte de Dreyfuss sino del Estado mayor francés, antisemita casi en su mayoría. Cuarenta años después, una gran porción de la población francesa colaborará con el exterminio de los judíos en Europa a manos del nazismo.
Si la estrategia del ejército es la de cerrar demasiado pronto una causa, la resistencia civil será la de mantenerla abierta, para así dejar que ella, por los movimientos propios de los testimonios y las pruebas fácticas, vaya encontrando su cauce. El silencio y la complicidad militar forman parte de ese espíritu de cuerpo que se atrinchera para salvar el rol presuntamente asignado por Dios para decidir quién es enemigo o no de la seguridad nacional. Dejan de ser instrumento de un Estado para constituirse en presuntos delegados plenipotenciarios de un ser mayor. La clave de la cuestión es preguntar: ¿En nombre de qué se hace lo que se hace? Y si la respuesta llegara a ser “en nombre de la justicia”, es tiempo de volver a preguntar: “¿En nombre de qué justicia, de cuál? No alcanza con un “Yo acuso”, sino “en nombre de qué acuso”, como una forma de precisar el objeto que causa la acusación y no la idea que supuestamente la impulsa.
El lugar que el curso de la historia les asignó a Dreyfus y a Picquart (crudamente revelada en el diálogo final entre ambos), confirma que, más que personas, ellos dos encarnan discursos, o sea formas de las relaciones en las que ellos no serán sujetos individuales, sino efectos y resultados de un entramado social.
Crítica: Mario Betteo
Edición periodística: Andrea Reyes
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