“Chico ventana también quisiera tener un submarino” de Alex Piperno. Crítica.

 

Dentro de los estrenos que van llegando semana a semana a la cartelera virtual del cine nacional, “CHICO VENTANA” es indudablemente una de las sorpresas que llama la atención por tratarse de una propuesta novedosa e innovadora.

Alex Piperno es un realizador uruguayo que se encuentra radicado en nuestro país que, con esa influencia propia de pertenencia en ambas orillas, da su primer paso en el terreno del largometraje, después de una vasta carrera en el mundo de los cortometrajes que fueron exhibidos en múltiples festivales alrededor del mundo como Cannes, Bafici y también Sao Paulo, Huesca y Nueva York (“Lloren la locura perdida en estos campos” “Los Cebúes” y “Hola a los fiordos!”, entre otros).

La propuesta parte de tres historias, tres universos que parecen completamente diferentes y que sin embargo, a medida que avance el relato, se irán conectando y encontraremos el vínculo que existe entre ellos.

Lo novedoso de Piperno es que apela a un registro completamente poco visitado por nuestro cine, con un estilo más contemplativo, con pocos diálogos pero apoyado fuertemente en una mirada completamente surrealista muy emparentada con algunos de los más prestigiosos directores del cine oriental y en un primer momento cuando arranca la historia a partir de las costumbres de un pueblo rural filipino, es casi ineludible pensar en el cine de Apichatpong Weerasethakul que hemos conocido a través de su participación en innumerables BAFICI.

La propuesta tiene riesgo, apuesta a una narrativa diferente y acierta frente a la búsqueda de un lenguaje vanguardista, que sorprende y desorienta al espectador, dado que ninguno de los elementos que presenta desde un primer momento responde a un concepto de narrativa tradicional.

Si bien no está planteada como una película en episodios, nuestra mente más ortodoxa tenderá a dividirla en tres universos diferentes. Arrancamos con la historia de un grupo de trabajadores rurales en Filipinas, con los compartimos el devenir de su trabajo diario, donde se hacen presentes sus pensamientos más enraizados afines a su cultura: los veremos desarrollar algunos de sus rituales sacrificiales, sentir sus miedos y develar algunos de sus misticismos, como también sentir que los espíritus del monte son los que frecuentemente los ponen a prueba con esas situaciones presentes en su cotidiano.

Esta primera historia, enmarcada en el mundo campesino, parece abandonarse rápidamente y sin explicación alguna, para dar paso al relato de un marinero humilde –el “chico” del título- que limpia las ventanas y pasa mucho tiempo circulando por la sala de máquinas, en la parte más escondida de un crucero que atraviesa la Patagonia. Mientras que, bajo la superficie, este trabajador representa una cierta clase social, vemos como en cubierta, una burguesía más acomodada disfruta de su descanso rodeada de lujo y servicio.

Una puerta en la cubierta del barco se abre y oficia de portal para que nuestro protagonista conecte con la tercera historia y se meta en el departamento de una joven que vive sola en una ciudad rioplatense que bien podría ser nuestra Buenos Aires o Montevideo. El tono misterioso que ocupa y atraviesa toda la propuesta, se intensifica en el vínculo entre estos dos personajes que instala una cierta tensión voyeur que se puede entender tanto como un deseo sexual como con una necesidad de cobijo materno ante la fragilidad que parece mostrar el marinero/chico frente a esta presencia femenina que lo descubre.

En la forma de exploración que plantea Piperno, cualquier interpretación es válida, porque si hay algo que precisamente deslumbra en “CHICO VENTANA, TAMBIÉN QUISIERA TENER UN SUBMARINO” es que su planteo onírico, casi de realismo mágico y de universos paralelos interconectados más allá de toda lógica, permite que el espectador que haya aceptado la propuesta de juego –el que no, lamentablemente quedará rápidamente atrapado en una sinrazón inasible- navegue por diversos mundos permitiéndose la libertad de ir abriendo las diferentes puertas y ventanas de la historia, para poder nutrirlo con su propia lectura y su propio sentido.

La riqueza de las imágenes de Piperno permite justamente que se pueda jugar ese juego e ir tomando caminos diferentes a medida que algún detalle nos dispare hacia otro sentido. Hay una historia de amor, un contraste de clases sociales, una conexión de dos mundos tan diferentes como Latinoamérica y las Filipinas, el campo y la ciudad, lo rural y lo urbano y todo se entremezcla, porque lo que se propone es mostrar ese hilo invisible que nos conecta y nos hace pertenecer a un mismo universo, con una misma red que nos va entrelazando a todos.

Quien acepte un juego no tan simple ni sencillo de jugar –ya que trabaja con un lenguaje poco acostumbrado en nuestro cine-, encontrará al final del recorrido una gran sorpresa, un fantástico cierre de las tres historias que guarda coherencia total con la propuesta y nos anima a seguir imaginando conexiones en nuestro cotidiano, mucho más allá de lo que nos marque nuestra mente más estructurada y presa de la rigidez. Ese aire de libertad que le da Piperno a esta ópera prima diferente a todo.

Dirección
Montaje
Arte y Fotografia
Guion
Actuación

La riqueza de las imágenes de Piperno permite justamente que se pueda jugar e ir tomando caminos diferentes. Hay una historia de amor, un contraste de clases sociales, una conexión de dos mundos diferentes y todo se entremezcla, porque lo que se propone es mostrar ese hilo invisible que nos conecta.

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