¿Cómo decirle adiós a la memoria? ¿Cómo se llega a olvidar, en el sentido de un no retorno del dolor, e incluso olvidar ese olvido? Ésta y otras sensibles preguntas abundan en el momento que el escritor y director, Nicolás Prividera, se propuso recopilar y comentar el archivo familiar de películas caseras en este documental; el cual es tanto lo que abre a considerar e inquietar, que nos impide así habitar cualquier olvido común.
Nicolás Prividera ya nos había sorprendido gratamente con su primer tomo de su ensayo no programado, el que se llamó “M” (2007). Su tono, su modo de editar y contar acerca de la desaparición de su madre Martha Sierra, su buena cuota de pudor y una tranquila narración alejada de las avenidas comunes de las pasiones, hizo de ese documental, un documento. Luego llegó “Tierra de los padres” (2011), algo sofisticada, erudita sin duda pero que a gusto del que escribe, ilustraba pero no era un documento sentido, personal. Pero el tercer tomo llegó el año pasado, “Adiós a la memoria” y ese cierre de la trilogía involuntaria vuelve a tener el nervio y la ocurrencia de su primer film.
No dudaremos en considerarlo un “ensayo filmado”. Esta vez, se trata de hacer rendir cuentas de la relación de él como hijo y su padre. El que le enseñó qué era una filmación; el que silenció por vaya a saber qué razones un espacio entre los dos que podría haber hecho crecer el recuerdo de Martha; el que ahora aparece con el mal de Alzheimer, lo cual lo coloca como un “Funes, el olvidadizo” (haciendo eco a todos los minutos que Prividera le dedica a Borges).
“Dimenticare” es una de las palabras que se usan en italiano para referirse al olvido. Está en una canción que abre y cierra el film. Se trata de alejar de la mente, e incluso se aplica para hablar del perdón o la excusa. “Ricordare” es su contratara, donde está el corazón presente. El film expone a manera de ensayo un desarrollo de ambas posiciones, ilustradas por un acotado pero preciso número de autores (Deleuze y Guattari, Benjamin, Blanqui, Freud, Agamben, Gramsci, entre otros). ¿Cómo decirle adiós a la memoria? ¿Quién es el sujeto de esa frase? ¿Cómo se llega a olvidar, en el sentido de un no retorno del dolor, e incluso olvidar ese olvido? ¿Se puede filmar a muerte? Ésta y otras sensibles preguntas abundan en el momento que el director se propuso recopilar y comentar el archivo familiar de películas caseras que el padre filmó aún antes de que naciera Nicolás.
Padre e hijo se reencuentran luego de una larga separación. El material que sirve de materia prima son las películas caseras que de los años ‘40 en adelante eran parte de algunas familias, que haciendo uso de cámaras de 8 mms y proyectores a bulbo, alguien de la familia se encargaba de filmar pequeños cortos, no editados, de la vida cotidiana; fiestas de cumpleaños, viajes, la primera vez que la niña caminó, y así…
Son imágenes sin palabras, la familia en movimiento, siempre feliz, una vuelta a los orígenes del cine, filmar la comedia humana, en una búsqueda de algo misterioso que esconde la presunta normalidad de una familia. Era un ejercicio de amor al tiempo, una especie de archivo del tiempo que atesoraba todo lo perdido de la vida, como sombras coaguladas. Eso ya no se hace más. No existen ni las cámaras de súper 8 (Spielberg hizo una película homenaje a ese tiempo), sino que la sofisticación tecnológica de los celulares, ha dejado muy atrás a las cámaras Sony de VHS que usábamos por los mismos motivos. Ahora todo es instantáneo y en lugar de solamente filmar a los otros, es el propio yo el que se filma y se hace visible en los espacios de las redes sociales. Todos somos directores; todos somos fotógrafos. Este renglón merece todo un espacio para hablar acerca de la desaparición de los directores emblemáticos del siglo XX, sin recambio a la vista.
Prividera se regodea con su saber acerca de los laberintos de la memoria y el olvido: de que el olvido forma parte del mecanismo de la memoria; que simplificando los recuerdos, vemos el juego del capitalismo tecnológico; que hay que saber qué olvidar y qué recordar; de los placebos de la memoria y sobre todo del miedo a olvidar, a quedar suspendido en un tiempo y espacio de terror.
Recuerdo un chiste que circula entre la comunidad judía a propósito de esto: Samuel le pregunta urgido a Isaac, que cual es el nombre de ese hombre que nos hizo y nos sigue haciendo sufrir tanto, que no recuerdo ahora… dime Isaac… a lo cual Isaac un poco sorprendido por el olvido de su amigo le dice: “Hitler”, a los cual Samuel le contesta enfáticamente con un “No!!!…. ahora me acuerdo… “Alzheimer”. El padre de Nicolás es presentado en el film mostrando su estado tan particular, de no recordar quién era esa mujer de la foto (su esposa Martha) o sin saber cómo se ha olvidado de ella, diciendo en cierto momento a la cámara que “No me acuerdo nada de mí”; porque, justamente, son las películas las que han podido alejarlo del padre y este film los pone otra vez en un espacio común. Común no quiere decir igual.
El costado político del film es por demás interesante y punzante. Prividera nos incomoda con las citas de Gramsci o de Reich acerca de cómo es que las masas desearon el fascismo. Porque de deseo se trata. El deseo produce también lo peor. El deseo es como el trabajo: no es una solución sino el nombre de un problema. Gramsci no soportaba a los indiferentes, al hombre común elegido por el fascismo para ocupar el lugar de héroe; a la falta de curiosidad, que se acomoda a la comodidad del consumo, de la vida cotidiana del confort anhelado, de la acumulación.
Discrepo un poco con Prividera a la hora en que él toma eso como una definición de la “anti-política”. No es una anti-política sino otra política. Porque corremos el peligro de seducirnos con el uso del “anti” creyendo así que estamos denunciando a los contras, a los negadores (como se usó en su época el anti para nombrar a la nueva psiquiatría); hay muchas políticas, variadas, diversas para acompañar el rasgo de diversidad sexual, de tránsito, en lugar de la cristalización de una identidad.
El valor de este documento de Prividera alcanza como para aspirar que sea difundido en las cátedras de las facultades o si alguien se decide en algún secundario. Por esto consideraría que este film, se coloca a un costado de otros estilos de hacer documentales, y que es tanto lo que abre a considerar e inquietar, que nos impide así habitar cualquier olvido común.
Hace años, en una caminata por la costanera, al llegar a lo que es hoy el “Parque de la memoria” (nombre que es todo un problema), encontré del lado del río, un rincón en el que se habían acumulado cientos de botellas de plástico vacías, esas que flotan a la deriva, lo cual me hizo considerar si ese hallazgo, al modo de un encuentro paranoico crítico al estilo de Dalí, no ayudaba a ilustrar el destino de la memoria que obstinadamente se repite y duele, o sea que pase a ser una botella vacía, y que le permita flotar y recorrer derivas y bordes, lejos de su inicial morada. Gracias Prividera por darme la ocasión de decir estas palabras.
Crítica: Mario Betteo
Edición Periodística: Andrea Reyes