El documental asombra por su sencillez y complejidad en cuanto a la forma en que su directora expone la experiencia de una familia, Angulo, que vive literalmente recluida de la sociedad por más de una década. Desde distintos parámetros, el interés que esta historia despertó en su realizadora, bien logra trasladarse a la pantalla. Cuenta la directora de este estupendo documental publicado en la plataforma de MUBI, “The Wolfpack: Lobos de Manhattan” (Crystal Moselle, 2015), que estaba caminando por Manhattan cuando se encontró con un grupo de muchachos, vestidos de negro y lentes negros, que le recordaban a la película de Tarantino “Perros de la calle/Reservoir dogs” y se acercó a hablar con ellos. Eran cinco de los hermanos Angulo que estaban haciendo sus primeros paseos por la ciudad luego de años de vivir encerrados con sus otros dos hermanos y sus padres en un departamento del East Side, desde que nacieron. La directora se interesó vivamente en esa historia, y es así cómo se generó este film.
Varias cosas sorprenden de esta experiencia. Por un lado, Oscar conoce a Susane en Machu Pichu y quedan enamorados. Él, un guía de turismo peruano de ascendencia nativa y ella una joven norteamericana deseosa de recorrer el mundo. Para hacer el cuento corto, se terminan instalando en N.Y. donde cada año van naciendo sus hijos, seis varones y al final una niña. Él no trabaja y no quiere hacerlo; se resiste por razones morales y sociales. Ella recibe dinero del Estado por sus maternidades y debido a que deciden educarlos en su casa. Así arranca una dinámica familiar sin aire fresco y con el único medio de comunicación con el exterior que les da a los chicos el cine, las películas en DVD, la televisión.
¿Están todos locos? Debemos decir que más allá de nuestra objeción a los diagnósticos diferenciales heredados de la psiquiatría y la medicina, siguiendo a la familia Angulo, cada quién está loco por su locura: Oscar, más recluido de la sociedad incluso dentro de la casa, lleva el mando y haciendo saber de sus ancestros nativos de Perú, ejerce una sorda resistencia contra el avance del imperio occidental. Tiene sus razones que son compartidas por su esposa Susane, oriunda del Midwest norteamericano y deseosa de que sus hijos puedan algún día vivir en relación directa con la naturaleza.
Otro detalle no menor en estos tiempos, es que ese encierro está justificado por Oscar diciendo que es el modo de proteger a su familia del “contagio” (sic) que produce vivir rodeado de una cultura casi exclusivamente dedicada al consumo y el trabajo asalariado. Hay virus y epidemias que no son exclusivamente propiedad de la biología y el cuerpo médico. La cuarentena de estos integrantes lleva más de 15 años. ¿Cómo sobreviven? ¿Qué hacen dentro de ese departamento? ¿Cómo se da el trato entre ellos? Esa es la otra faceta del documental que asombra por su sencillez y complejidad.
Los hijos, que cada cual tiene un nombre proveniente de la religión hindú (Makunda, Narayana; Baghavan, Jagadisa, Govinda, Krsna, Visnu), están totalmente entregados a la cinematografía; transcriben los diálogos de las películas que más admiran; se visten como los personajes; actúan escenas dentro de los dormitorios; incluso, una vez que uno de ellos se decide traspasar la puerta clausurada por los padres, y sale al “exterior” (este detalle merece toda una discusión), trae consigo la semilla de la realización cinematográfica y deciden hacer una película casera en casa (sic), plagada de ocurrencia, vestuarios y simbología que le da un despliegue a la imaginación de todos.
No son una manada de lobos, sino una micro-sociedad dentro del monstruo, como si fuesen una unidad que para salvarse debe de anidar dentro de un cuerpo mayor, sin atacarlo para no sufrir del combate de los anticuerpos sociales (ejemplos son mostrados en el film), cada uno identificado a rasgos maternos, paternos y colectivos a través del cine, lo cual les permite de a poco ser tolerados por el “afuera”.
Todo esto recuerda otro ejemplo, mucho más resonante y odiado que fue el del asesinato de John Lennon en 1980 en esa misma ciudad, a manos de un joven Mark Chapman. Buscando ser alguien en la vida, se identificó con un personaje literario de ficción extraído de la novela de David Salinger “El cazador en el centeno” para ser protagonista de su misión subjetiva: el asesinato de Lennon por razones humanitarias. En este caso, los siete Angulo encuentran un espacio para la ficción dramática o cómica, sin acceder a la tragedia como pasaje, continuidad entre el dentro y fuera que se comunican de misteriosas maneras. Es un ejemplo más de una notable realización de este género documental, en el mismo escalón que aquel recordado “Retratando a la familia Friedman” (2003). La familia como el hogar natural de cualquier locura. Pero de eso tal vez hablemos en otra oportunidad.
Crítica: Mario Betteo
Edición periodística: Andrea Reyes