“Sweat”: Sangre, sudor y lágrimas. Crítica.

"Sweat" de Magnus von Horn, un reciente estreno de MUBI en el que se aborda el tema de las redes sociales, los influencers y la anomia social.

Un estreno mundial a través de la plataforma de MUBI: “Sweat” de Magnus von Horn (2020) con la estupenda Magdalena Kolesnik -casi un doble de María Sharapova, la tenista rusa-. Vale la pena descomponerla en tres segmentos, tres movimientos que luego se irán repitiendo.

Sweat - Película 2020 - SensaCine.com

Sudor, como el título lo indica, es el signo de este momento. Swilvia es una esplendorosa y famosa entrenadora de fitness, un ejemplo vivo de lo que se conoce como una “influencer”, quien tiene en su cuenta de Instagram 600.000 seguidores y que su opinión y modo de vida genera iniciativas en sus miles de espectadores. Ella es un producto de la era del éxito personal a través de las redes sociales. La modernidad fabrica empresarios de sí mismos, que invita a competir sobre otros y sobre sí mismos hasta que se derrumben. El fitness, la educación del cuerpo en ejercicios de máxima, donde se trata de transpirar (sweat), es el contrario del “burnout” o sea el trabajar en las cosas con las computadoras hasta quemarse para superar las metas de rendimiento.

Swilvia tiene miles de amigos que se suman e incrementan el narcisismo en un medio en el que la imagen y la digitalización ponen a distancia a los usuarios de los cuerpos reales, concretos, con necesidades inalienables. Es el nuevo sujeto, el flexible que incrementa el rendimiento de auto-explotación voluntaria. No es como en la época del siglo XX, cuando se debía ocupar un puesto y no moverse de él, rígido. Ahora el sujeto se explota a sí mismo y pasó de la gran explotación del imperio colonizador a una explotación individual, donde la salud se convierte en auto-referencial. Es la nueva Diosa. Nuevas dietas, nuevos descubrimientos para conformar un cuerpo competitivo, nuevas opciones para tratar de burlar a la muerte.    

Swilvia se tropieza con dos hechos que provienen del otro cuerpo: una seguidora de ella la intercepta en un centro comercial para hablar acerca de lo que le sucedió a raíz de un aborto; el otro hecho es que hay un hombre, un acosador (stalker) que la admira y al mismo tiempo no puede dejar de excitarse con ella, mostrándose y siguiéndola. A eso se suma el cumpleaños de su madre a quien Swilvia quiere abrazar con su fama y se encuentra con gente común que le frena ese vendaval de vender su imagen. Van a suceder cosas que no están preparadas para Instagram. Va a correr sangre; y Swilvia va a provocar a un hombre con tal de satisfacerse pero sin calcular las consecuencias de ese uso y  abuso seductor pero que responde a un modo de la  insatisfacción. Ya no es más el líquido de la transpiración, sino que es el líquido sanguíneo y sexual el que impregna el film. 

Hoy, el comercio con el cuerpo y sobre todo con las imágenes del cuerpo no encuentran sino ocasionales resistencias. Solamente la violencia y la muerte parece que detienen por un instante la máquina de los espejos que producen rebotes y rebrotes de copias de sí mismo, sin que haya riesgos en juego, con la garantía de los servidores (sic) y las plataformas sociales, de que el negocio del espectáculo y los negocios de compra y venta, debe de seguir cueste lo que cueste. Nos creemos dueños de lo que ya se ha apoderado de nosotros. 

El director, von Horn, acomoda las cosas para que ella sienta el dolor de lo que va ocasionando y se muestre vulnerable, sensible. ¿Hasta dónde va a llegar Swilvia? Pero el ciclo debe continuar. Le agradecemos al director-guionista que el final esté a la altura de mostrar un cierto pesimismo inherente a la estructura imperante. Otro final, hubiera sido una claudicación imperdonable.

Crítica: Mario Betteo

Edición Periodística: Andrea Reyes

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