El largometraje del reconocido guionista, docente y director de cine argentino Rafael Filippelli cierra el BAFICI el domingo 28 de marzo, a las 15, en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín y a las 18 en el Gaumont.
“Estoy perdido. Me olvido de las cosas. Me dan ganas de golpearme la cabeza contra la pared, pero no… No me voy a golpear la cabeza contra la pared”, expresa en un instante de desesperación un hombre, en la clausura de su departamento. ¿Cómo percibe un ser humano el fluir de sus horas libres? Este film problematiza la división capitalista del tiempo ligada a la productividad.
El propio director de la película ocupa sus días y noches encerrado en la soledad de su casa. La vida transcurre en una monotonía basada en rituales y acciones reiterativas: levantarse, mirarse al espejo, vestirse, revolver viejos papeles, cocinar, acostarse, dormir. Él se presenta como un ser melancólico y olvidado por otros a quienes tampoco recuerda.
El protagonista padece y disfruta en el mismo gesto introspectivo. Una larga escena –aparentemente improductiva desde una lógica narrativa– lo sumerge en ese discurrir atemporal. Él se prueba una tras otras sus corbatas. ¿Cuál es la finalidad de esta simple ceremonia? Ninguna. ¿Por qué toda actividad debería tener un aparente propósito?
La cámara lenta acompaña los movimientos del hombre por las habitaciones de su casa. La rutina va y viene inmersa en un eterno retorno. La penumbra y los tonos ocres predominan en la película. Esta continuidad instaurada fuera de lo cotidiano se ve interrumpida cada tanto por el timbre del portero eléctrico o por el sonido del teléfono. Las respuestas del personaje son azarosas.
La nueva temporalidad muchas veces lo agobia. Él declama con tristeza que los viejos se aferran a los recuerdos. Teme perder la memoria y que los demás lo olviden. Las quejas se vuelven contra sí mismo porque el cuerpo se le va deteriorando. ¿Acaso su temor se incrementa ante una existencia que cada mañana conjura la proximidad de la muerte?
“Que se apure el tiempo, que llegue la noche”, dice el protagonista. Su súplica nace de la necesidad urgente de un devenir cronometrado, productivo, que ya es parte de su pasado. El adentro, su hogar, es un lugar fuera de la medición. Y el exterior, la calle, le trae el sonido agónico de un tren que pasa. Ésa es la otra vida, la que ya no le pertenece.
Crítica: Cristina López
Edición periodística: Andrea Reyes
"No va más". Crítica
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El largometraje del reconocido guionista, docente y director de cine argentino Rafael Filippelli, problematiza la división capitalista del tiempo ligada a la productividad.