“Husek” de Daniela Seggiaro. Crítica.

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Una arquitecta delegada del ministerio está encargada de gestionar y promocionar, dentro de  una población wichi, la entrega de las tierras que habitan  a cambio de viviendas económicas y “modernas”. El film de Daniela Seggiaro se encarga de acompañar esta lucha de sectores, de clases, de raíces, de lenguas. Tanto en la fragilidad como en  sus puntos fuertes de encuentro y desencuentro. 

Pero esto además está inspirado, aunque de manera ficcional, en hechos reales, sobre todo el accionar de los personajes a la hora de accionar en favor del Estado para convencer a la comunidad Wichi de que deje sus tierras en Salta/Chaco. ¿Todo está permitido en nombre del Estado? Creeríamos que no, que no todo. Pero aún así, la directora y su co-guionista Osvaldo Villagra construyen una narración muy creíble. Por más que se corra el riesgo de que resulte más anecdótico que la exposición de un sistema imperfecto, un manifiesto.

“Husek”, es una película guionada que al mismo tiempo responde como una suerte de documental. La anima ese tipo de mirada, algo antropológica, de testigo de los acontecimientos. Inmiscuida en una tensión social, que además encuentra como muy necesario apoyarse en la necesidad de realizarla en las dos lenguas: wichi y castellano. Así lo testimonia la directora, en la medida que resultaba esencial que la comunidad  hablara en nombre de su lengua y que pasará a ser subtitulada. 

El pasaje de lenguas es permanente y ellos se preguntaban continuamente qué traducir y qué no. Hay que tener en cuenta que los Wichis no disponen aún de un sistema de escritura acabado, porque su lengua es fundamentalmente oral. La “alfabetización” como transcripción del sonido a la escritura, es un procedimiento todavía no concluido. Para ellos, el contacto visual entre los hablantes no es tan necesario ya que estiman que  lo que importa es la palabra que es emitida por uno de los suyos. Por lo tanto, no hay cruce de lenguas, sino pasajes en los cuales se producen espacios vacíos, incertidumbres, ambigüedades, deslices, entre una y otra. 

Este elemento se relaciona con el núcleo de la tensión. La posesión de sus tierras es fundamental, así como su lengua. Es útil recordar acá que la palabra “escritura” tal como la usamos en castellano, también refiere a un documento que acredita ante otro acerca de la propiedad de un bien. Es decir, que tenencia y escritura son ya de por sí algo ajeno a dicha comunidad, que se apoya sin necesidad obligada de la escritura para vincularse con su tierra. 

Aunque no es intención de la directora demonizar a ninguno de los sectores en juego -esto es textual-. El empuje de la trama y de quienes la protagonizan defendiendo lo “suyo” -actores no profesionales muchos de ellos- develan una materialidad totalmente distinta a la comercializable. Lo que consideran propio no entra en el mercado de los valores nacionales. Es un film de idas y venidas, de desigualdades e identidades, de calores y de frialdades, de sensibilidades y de especulaciones. 

El Estado es arrasador, por más que pretenda hacer el bien a los nativos y a las comunidades. No escuchan ni quieren saber acerca de otro modo de considerar la propiedad y el lazo social que los relaciona. Compran votos, intereses, someten a la mirada colectiva desde un sesgo pretendidamente colectivo. El de los pretendidos valores, que son siempre de índole sustractivo con la tierra.

Volviendo a “Husek”, palabra que ex profeso no fue traducida en el film, sabemos a través de su directora que si la llevamos a un término cristiano, sería “alma”. Pero  nos advierte que la palabra es muy amplia, que no hay una sola manera de referirse a ella. Es  “la creencia, la espiritualidad, las actividades alrededor de ello, en armonía: algo que tiene que ser cuidado, ya que cada quien tiene, desde su nacimiento, un Husek particular, que se puede perder incluso en cierto momento, es lo que más está en peligro ante el avasallamiento por parte de los grupos conquistadores; tiene algo también ligado a lo fantástico.” También es “La buena voluntad,  una forma de estar, de vivir”. 

¿Se puede restaurar el diálogo roto entre una comunidad nativa y las agencias gubernamentales?  ¿A qué se puede llamar hoy “progreso”? ¿Quién es capaz de decidir hacia dónde, en qué dirección debe de avanzar el progreso? Comunidades como la Wichi, ¿comparten desde algún lugar con lo que llamamos progreso? ¿Progreso es deforestar los bosques para plantar soja? ¿O arrasar montañas para extraer minerales ocultos? ¿No es una nueva manera de evangelizar?  “Husek” llama a reconsiderar nuestras asentadas verdades modernas y hegemónicas.

M.B.  

Critica por: Mario Betteo.
Edición: Laura Spampinato.

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