“Fragmentos de una mujer” de Kornél Mundruczó. Crítica

A priori se puede decir que este film no es ni estupendo ni muy bueno, pero aun así es sumamente recomendable de ver si de lo que se trata es de hacer del cine un espacio para el divertimento. La película se encuentra ante un problema impuesto por obra del director y la guionista: ellos saben que hay que “cortarle” el ojo al espectador, al modo daliniano, espantarlo y herirlo con las imágenes que atraen. En esta nota, el análisis de los aciertos y desaciertos que esta cinta nos presenta, desde la perspectiva del Psicoanalista cinéfilo, Mario Betteo.

Se sabe de entrada que estamos frente a una inminente situación familiar. Martha (Vanessa Kirby) está en medio de un “baby shower” que le están haciendo en su honor ya que prontamente nacerá su hija. Esa fiesta, debido a cierta actitud de Martha, anuncia una inquietud venidera. Junto con su marido Sean (Shia La Beouf) han decidido que el parto sea en su propia casa. Pero sucede el primer imprevisto que la partera (“midwife” es la palabra que se usa en inglés o sea ‘media esposa’), Bárbara, no puede asistir y envía una reemplazante de su confianza, Eva (Molly Parker).

 

Un plano-secuencia de unos veinticinco minutos nos introduce en el departamento de la pareja, donde presenciamos el alumbramiento que no será sin una oscuridad final, absoluta, definitiva: la muerte de la beba a minutos de haber dado su primer llanto. Se queda sin oxígeno, casi como el espectador que advertía que se avecinaba el horror de lo esperado inesperado.

El film se reinicia con esta escena para dar comienzo a un segundo tiempo que durará casi toda la película. Es el tramo más estirado, laberíntico, de anomia. Van apareciendo algunos otros personajes familiares ya anunciados: la madre de Martha, Elizabeth (Ellen Burstyn, inolvidable a partir de ahora) que nació en pleno terror de la persecución nazi, viuda, con otra hija (Anita) y su esposo (Bruce), y una sobrina de la madre (Suzanne) que se incluirá para desbalancear la ya desequilibrada pareja de Martha y Sean.

Se generan líneas de tensión entre Martha y su madre (quien toma el comando de llevar a juicio a la partera Eva; quien altera el nombre de la hija muerta a la hora de hacer la lápida y quien desafía a Martha a que no se retire de la reivindicación que ya es histórica, la de un pueblo masacrado (el judío). Martha no sabe qué hacer para llevar adelante su vuelta a la vida rutinaria del trabajo y de la pareja; parece que deambula por la ciudad, realiza trámites, visita lugares, y come manzanas.

En este punto ya hemos advertido que al director le interesa mucho, el uso de los símbolos; es decir, objetos que están en lugar de algo, un mensaje unívoco y  explícito, una suerte de objeto ícono que sella un solo sentido. La manzana es uno; el otro es un puente que se va construyendo sobre el río y que avanza a medida que avanza la vida de ellos, ya que  incluso es donde Sean trabajaba al inicio de esta historia. Símbolos que cuando están usados obstinadamente, saturan, ya que como los pilares del puente, parece que sostienen la narrativa pero al fin de cuentas, son un verdadero obstáculo para la fantasía del espectador. Fijan algo que debería quedar a la deriva.

Es claro que  no hay simetría en el modo en el que una madre y un padre transitan la muerte de un hijo. La muerte en el preciso momento en que nace la criatura, hace estragos porque esa pérdida de la hija imaginada, nombrada, esperada, que ya tiene un lugar en la casa, produce una especie de agujero imposible de ser llenado. ¿Cómo se vive con ese agujero? ¿Cómo se encaminará eso que la cultura llama “duelo” como ese tiempo de “reparación”, “sustitución”, “elaboración”, “sutura”, “trabajo” que debería concluir con una nueva disposición a la vida?

Aquí vemos los fragmentos de una mujer. Título muy logrado. Una mujer que ha quedado ahora fragmentada por ese agujero, así como otras mujeres que la rodean, donde cada una muestra fragmentos de una mujer. Ninguna alcanza a configurar una identidad de mujer que de fe de una unidad. Siempre es así, pero en este acontecimiento/accidente real, se pone de manifiesto la incompletitud de cada mujer.

La manzana, ese objeto casi fetiche de la religión católica, que desafía al credo judaico, emblema del pecado original, de la expulsión del inexistente paraíso, que humaniza a las criaturas celestes; es la que ella muerde y muerde para alcanzar a desprender de ella las semillas que cultivará en su casa, en la heladera, en el frío húmedo de una germinadora. Pero eso no apacigua a Martha. Ni siquiera que Sean finalmente claudique a sus propias miserias y sea arrastrado por su fantástico deseo de alejarse de lo que lo llevaba a vivir con Martha y retorna a su pasado, del que parece que nunca se había ido. La pareja ha sufrido el efecto devastador de una resonancia.  Hay que  salir de los escombros, de la caída del puente que los unía, pero ni la agresividad contra su madre y su deseo de venganza sobre Eva (que Martha en el fondo no acompaña a su madre), ni el dinero o el ejercicio físico, produce en ella un efecto luminoso.

El tercer tiempo de la película está en marcha, casi sin habernos dado cuenta. No va a ser el veredicto de un juez el que apacigüe a Martha del dolor, ni una reparación económica, ni una promesa en que el tiempo cura las heridas. Sucederá algo inesperado. Por cosas del azar, a Martha le llega a sus manos un papel que indica que un rollo de fotos fue mandado a revelar luego del mortal nacimiento de Yvette pero que Sean no ha ido a ver ni a recoger. Está en un depósito.

En medio de la escena del juicio a la partera Eva, Martha interrumpe su testimonio para acudir, un poco sonámbula, a la casa de fotografía, a ver esas fotos que esperan ser miradas. Lo que ve allí es el negativo de ellas dos, madre e hija, Martha e Yvette, justo en el momento en que la sostenía viva aún sobre su pecho. Será la impresión, en ese proceso ya casi olvidado del pasaje de un papel blanco a dibujarse una imagen (la tecnología ha hecho desaparecer la química de la fotografía, en favor de la física de los bits), en esa suerte de “revelación”, es donde Martha se reencontrará con la imagen de su hija y al mismo tiempo la volverá a perder, esta vez para siempre, ya que se sumará aquella pérdida a esta otra.

Entre pliegues y claroscuros, el film da a ver otra forma del duelo. Ya no como un proceso de aceptación o resignación frente a lo irreparablemente perdido, un trabajo acumulativo de recambio, sino más bien una suerte de acto, de sutil apariencia, que resulta por el hecho de que Martha va al encuentro de algo que sospechaba que había quedado fijado en la memoria de las fotos. Algo que ella aquel día no pudo ver: la imagen de ambas al mismo tiempo.

Llamativamente, esto reaviva un deseo que había sido atrapado por el congelado status del cadáver eterno. Martha vuelve a la escena, a la del juicio en este caso y declara con una sonrisa en los labios, que ella sabe que Eva no quiso nunca hacerle daño alguno a su hija, y que no hay forma de saber en tribunal alguno, qué le pasó al cuerpo de Yvette, qué detuvo sus latidos. Ya no tiene sentido agregarle otro sufrimiento a quien ya ha sufrido bastante (Eva).

Su madre y Martha hacen las paces, pero no por vaya a saber qué complicidad entre ellas, por haber proseguido en la historia de las reivindicaciones, sino por haber confiado en su propio recorrido, en haberse expuesto a una nueva pérdida de otra parte de ella. Finalmente, puede tirar lo que ya estaba caído, las cenizas a ese río que pasa ahora por debajo de ese simbólico puente concluido.

El film no se queda allí. No sabemos si lo que sigue le agrega algo que le hacía falta o pretende subrayar un destino feliz. Parece un poco un agregado para el mercado de la simpatía y la ternura de algunos sectores de la industria norteamericana. Pero por sobre todo esto, citamos una frase que dice una niña llamada Lucy a Martha, en medio de la manzana nuevamente mordida y del llamado a cenar por parte de Martha: “Mamá…tengo hambre, pero solamente de lo que quiero… tacos, sándwich de mermelada… si no, no tengo hambre”. Fragmentos de una mujer.

Crítica: Mario Betteo

Edición: Andrea Reyes

Fragmentos de una mujer

Dirección
Montaje
Guion
Música
Actuación

Un film que no es ni estupendo ni muy bueno, pero aun así es sumamente recomendable de ver si de lo que se trata es de hacer del cine un espacio para el divertimento.

User Rating: No Ratings Yet !

Artículos Relacionados

Deja un comentario

Volver al botón superior