En la pantalla de Netflix “EL BAILE DE LOS 41” de David Pablos, a través de un episodio ocurrido en México a principios de siglo XX, refleja la discriminación, la intolerancia y la persecución a todo lo diferente.
Corre el año 1901 y Porfirio Díaz es el presidente de México. Dentro de una sociedad extremadamente estructurada y tradicional, Porfirio en el propio seno familiar, descubrirá que su yerno, el congresista Ignacio De la Torre, cumple socialmente el rol del esposo de su hija Amada, mientras tiene una vida paralela con su amante homosexual.
El descubrimiento se hará por medio de uno de los episodios más escandalosos de la época: una sociedad oculta formada solamente por hombres que se reunían en una de las más importante mansiones aristocráticas, en la que se llevaban a cabo desfiles y orgías y donde cada uno de ellos tenía el espacio para sentirse libre puertas adentro, para expresa y disfrutar de una sexualidad completamente reprimida, desde la exploración de los cuerpos de diferentes maneras hasta el hecho de poder travestirse, organizando un gran baile de lujo para todos los asistentes.
Una redada policial en la que todos los participantes de la fiesta son arrestados, pone luz a lo que verdaderamente acontecía en el matrimonio de De la Torre con Amada Díaz, la hija mestiza e ilegítima del presidente que ve desmoronarse toda la fachada de un matrimonio que ella ya reconocía, como una manera de ascenso social que su marido había encontrado “usándola”, construyendo un vínculo carente de amor y sin la menor química ni el más mínimo compañerismo.
Ya desde las primeras escenas, una cuidadosa dirección de arte nos contextualiza en una época donde la aristocracia dominaba la escena política y un gobierno totalitario marcaba el ritmo social. Para ponernos en contexto y trazar fuertes oposiciones dos escenas muy deslumbrantes y muy bien filmadas por Pablos, dan cuenta de los dos universos dicotómicos que quiere mostrar. Por un lado, la boda de la hija del presidente con toda la burguesía encaramada al poder, por el otro, los secretos ocultos de un club privado en donde se desarrolla una coreografiada orgía en donde el director se anima a una mirada audaz, estéticamente cuidada, pero al mismo tiempo, lejana de la tímidas versiones donde la desnudez y los vínculos pasionales suelen mostrarse en forma más velada.
Pablos retoma en “EL BAILE DE LOS 41” algo que ya se había visto en la versión teatral de “Casa Valentina” de Harvey Fierstein sobre el deseo oculto pocas veces comprendido por las parejas y por la sociedad misma que sólo puede desplegarse en un espacio de encierro sumamente acotado, pero hace mucho más hincapié en el sufrimiento del personaje de Amada, presa en un matrimonio que la tiene completamente insatisfecha con un secreto que no puede develar.
Lo que en “Lejos del paraíso” de Todd Haynes era una puerta al más puro melodrama hollywoodense de los años 50, en la puesta en escena de Pablos se enfoca en el sufrimiento de Amada pero por sobre todo también en el dolor de su marido de tener que vivir una vida impostada, intentando cumplir con los deberes matrimoniales de forma mecánica y desapasionada mientras se encuentra en tensión permanente contra su verdadero deseo y con la hipocresía que significa su vida dentro de esa pareja de ficción que sólo le ha servido para lograr un cargo y un ascenso político.
Pablos, director de otro producto que pudo verse en la misma plataforma de streaming “Las Elegidas”, logra armar un perfecto retrato social de la época y darle una nueva lectura para una sociedad que sigue siendo brutalmente machista y homofóbica y que pasado más de un siglo, no parece haber avanzado demasiado, con lo que el planteo que subyace en “EL BAILE DE LOS 41” puede ser perfectamente aplicado a lo que sucede hoy en día en la sociedad mexicana y en muchos lugares de Latinoamérica y del mundo.
Pero también uno de los grandes méritos es el trío protagónico, muy ajustado en cada uno de sus roles y si bien la pareja de Alfonso Herrera y Emiliano Zurita logra composiciones que transmiten esa pasión que corre por sus cuerpos, el trabajo de Mabel Cadena como Amada Díaz tiene momentos de gran profundidad y dramatismo y crece a lo largo del filme.
Otro punto destacable es el vestuario y el diseño de arte que se hace muy presente en la escena del Baile en donde se mezcla la ópera, un gran vestuario, la desnudez de los cuerpos y una escenografía despojada y a la vez exquisita con candelabros, lámparas, velas y enormes bañaderas de la época y un despliegue de producción para esta historia basada en hechos reales que viene a dar cuenta de una intolerancia que tiene plena vigencia.
Dirección
Guion
Arte y Fotografia
Música
Actuación
Pablos, como director, logra armar un perfecto retrato social de la época y darle una nueva lectura para una sociedad que sigue siendo brutalmente machista y homofóbica y que pasado más de un siglo, no parece haber avanzado demasiado, con lo que el planteo que subyace en “EL BAILE DE LOS 41” puede ser perfectamente aplicado a lo que sucede hoy en día en la sociedad mexicana y en muchos lugares de Latinoamérica y del mundo.