“A menudo se quedan completamente quietas. Cuando miro de nuevo unos pocos minutos después, ya han cambiado de lugar y de nuevo se detienen. Cuando las tres se vuelven a agrupar en una lejana esquina del campo cercana al bosque, forman una irregular masa oscura de doce patas.
A menudo permanecen juntas en el extenso campo. Aunque en ocasiones buscan la soledad, uniformemente espaciadas sobre la densa hierba. Quietas. Pasan diez minutos. Ahora recorren el camino. Se detienen. Transcurren otros diez minutos. La tercera está un poco distante aunque las tres permanecen formando una línea. Siguen quietas. Su atención es completa. Divisan el campo a través. Están quietas y se miran unas a otras. Esa quietud parece filosófica.”
Esta cita pertenece a Lydia Davis, escritora, ensayista norteamericana que tuvo la genial ocurrencia de escribir un libro acerca de las vacas. Así como el poeta Pablo Neruda escribió versos en forma de odas a las cebollas, los tomates, al pez espada o a la gallina, L.Davis mira a las vacas que la miran a ella.
Desde el espacio de la cinematografía se han abordado un sinnúmero de animales para conformar el objeto de un documental de vida animal (National Geographic), o un dibujo animado (“Bambi” o “Los 101 dálmatas”), o formar parte de una ficción amable o a veces triste (“Lassie” o “Babe, el cerdito valiente”) y la lista puede continuar. Miles de metros de película que se sostienen sobre la presencia de los animales, algunas veces exageradamente antropomorfizados (excluyo de esta lista al genial libro de crítica política de George Orwell, “Rebelión en la granja”).
De lo que se trata hoy es de comentar un documental único en su género, que encaró Andrea Arnold (inglesa, multi premiada por su corto “ Wasp” en el 2003, “American honey”, “Fish Tank” entre otras) y que fue presentado el año pasado en el Festival de Cannes. Dicen los que allí estuvieron, que hubo espectadores que se retiraron indispuestos de la sala. ¡Incluso la directora declaró que ella estuvo a punto de hacer lo mismo! Era la primera vez que veía su película en una pantalla de cine y rodeada de público.
Hoy MUBI la puso a disposición del público entendiendo que es algo así como ineludible de ver. Resulta de acompañar a una vaca lechera (que la llaman Luma) durante años mientras vive en un establecimiento lácteo. Durante sus partos, sus ordeñes casi diarios, sus salidas al campo abierto para comer pasto, sus tiempos, sus mugidos, sus raptos de desesperación, hasta su desenlace final.
Requiere de cierta sensibilidad y decisión el abandonar la comodidad de la inteligencia humana y ponerse a la altura de un animal que está bajo el dominio absoluto de hombres y mujeres que hacen de su producto, la leche, una mercancía super valorada y necesaria para nosotros. Tenemos que aceptar que nos caracterizamos en ser la única especie que sigue tomando leche luego de destetarse. Para eso están las vacas como Luma.
Es un film duro, a veces parece monótono, igual a sí mismo, rodeado de voces que dirigen, ordenan la vida de las vacas, nunca una cámara que entreviste a los encargados de hacer “funcionar” a las vacas; cada tanto escuchamos que la llaman “pretty girl” (linda chica) tanto cuando la hacen pasar por una tranquera o cuando le tienen que quemar los cuernos a los recién nacidos. ¿Pretty girl? No da la impresión que sea un elogio a la mujer.
El espacio de la extracción de la leche para su comercialización, requiere convertir a ese espacio de vida animal en una especie de campo de concentración. ¿Quién no ha visto alguna vez a los vacunos llevados en camiones al matadero? ¿Y las granjas avícolas? Son escenarios que no queremos ni siquiera acercarnos y saber de ellos, por el efecto que podría producir saber qué hacemos con los animales para convertirlos en manjares o proteínas para la alimentación humana. Nada más inhumano que la masificación de los animales con fines de renta y producción.
Ese procedimiento lo inventó la era industrial. Porque antes de esta novedad de la máquina automática, las granjas vendían sus excedentes para mantener su economía agraria, pero no explotaban a los animales. La muerte llegaba a ellos, bastante ritualizada, no en una cinta transportadora. Es lo que vemos en el film de Arnold con las máquinas ordeñadoras, un ahorro de mano de obra porque el sistema requiere optimizar las horas/trabajador para extraer también de allí las ganancias.
Convengamos en un punto elemental. Las vacas no saben que son vacas. Si supieran que son vacas, querría decir que no son vacas, sino humanos haciendo de vacas. Un perro no sabe que es un perro, porque la denominación de “perro” es de un registro simbólico que no disponen los animales.
Arnold no pretende hacer de Luma una héroe femenina. Según dijo ella recientemente, quiso mostrar algo secreto, lo que les pasaba a Luma y a otras de su misma especie ante la presencia de la mirada de quienes la acompañaron durante los cuatro años que duró la filmación. Da la impresión que sentía que era mirada y respondía con la suya.
Un hecho fundamental es que las vacas lecheras tienen que estar preñadas la mayor parte de sus vidas porque eso es lo que les produce la lactancia. La cadena comienza con un nacimiento (lo mismo que el film) y concluye con la muerte. Porque de hecho, la vaca a las pocas horas de parir se la separa de su cría para no volverse a encontrar nunca más con su ternero. A Luma se la escucha mugir en ese momento, ¿pero es dolorosamente? El film sí registra la separación que ella registra, esa pérdida en su existencia. El olvido caerá sobre ella así como el toro que la inseminó, no tiene idea alguna de lo que se trata la paternidad. No por inconsciencia, sino por la no existencia de ese término “padre” en su código.
Es un documento poderoso el que Arnold nos propone en la medida en que expone algo ligado al cuerpo: Luma no es dueña de su cuerpo. El cuerpo no le pertenece, sino que es propiedad de otro, un omnipoderoso sistema humano que la hace objeto (en ese caso no de diversión o de acompañamiento, sino de explotación mercantil). ¿Cómo reverbera esto en el espacio de los cuerpos humanos? ¿Somos realmente dueños, propietarios indiscutidos de nuestros cuerpos? ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? (Viene al caso decir que a la explosiva película “Titane” de Doucurnau, ganadora de la Palma de oro de Cannes de ese año, también se le pueden hacer las mismas preguntas acerca del cuerpo que a “Cow”). Estos y otros interrogantes arremeten al espectador cuando se encuentra con la sencillez de lo expuesto en su inenarrable existencia.
M.B.