“Blanco en blanco” de Théo Court. Crítica

Civilización y barbarie.

La película de Théo Court “Blanco en blanco”, comprende una notable tarea de producción y realización. El film ganó un premio a mejor dirección en el festival de Venecia, y en estos momentos puede verse en MUBI.

BLANCO EN BLANCO AGOTA SU PRIMERA PREVENTA“¿En qué consiste la lucidez en la fotografía? ¿En ver lo que se tiene que ver y no ver lo que no se tiene que ver? ¿En tener los ojos abiertos y en verlo todo? ¿En buscar vanamente la belleza? El asesino duerme mientras la víctima lo fotografía. Esta frase pronunciada como un murmullo me persigue o persigue a mi sombra desde hace muchos años”. Extrajimos esta cita de Roberto Bolaño, el escritor de innumerables novelas como “Los Detectives Salvajes”, “2666”, “Nocturno de Chile” entre otras. 

A Faustino Sarmiento se lo menciona mayormente por una que otra frase, entre la que se encuentra: “Civilización o barbarie” (Sarmiento, 1845). A partir de la historia del mundo, digamos (junto con otros) que no hay acto de civilización que no nazca de la barbarie. La frase “sarmientana” acompañó la colonización y post independencia de la Argentina como si fuese una verdad absoluta y que justificaba cualquier acto que la reivindicara. Sin ánimo de extendernos, los hechos confirman que no es un asunto de exclusión, el famoso “o” sino de inclusión “y”. Esto marca otra política.

Es desde este ángulo que queremos comenzar leyendo la película de Théo Court “Blanco en blanco”(2019), que puede verse en MUBI y que fue ganadora de un premio a mejor dirección en el festival de Venecia. 

La película se desarrolla a través de la visión estética de un fotógrafo (protagonizado por el solvente y siempre personal Alfredo Castro) que llega a una estancia del sur de Chile, en Tierra del Fuego, para fotografiar la futura boda de uno del dueño de esas tierras, un tal Mr. Porter. Todo sucede a fines del siglo XIX y muestra en esa escenografía de tipo western, el modo en que los ocupantes de ese territorio, realizan la “limpieza étnica” de los habitantes nativos, los Selknam, uno de los cientos de genocidios que se han emprendido en este planeta. Ingleses, norteamericanos, chilenos, argentinos, persiguen y asesinan como si fueran animales salvajes a la población y, a su vez, toman a las mujeres para vestirlas de occidentales y funcionar como carne para el placer de los rudos hombres que habitan y trabajan allí. 

Pero una vez cumplido su trabajo, queriendo cobrar por ello, le retienen la mitad de sus honorarios hasta que la boda se realice. Eso obliga a quedar él retenido en esa comarca sin poder ni querer volver hasta obtener lo que se le prometió. Ese encierro va creando las condiciones para que el fotógrafo se vaya de a poco impregnando de la violencia, la complicidad de quienes allí habitan bajo las órdenes superiores. Mr. Porter, es el equivalente de un Godot o un ser omnipresente que nunca se deja ver pero que comanda las acciones de los habitantes sometidos a un poder invisible pero eficaz. La ambición y la búsqueda de una razón para vivir, hace de todos ellos subalternos del dios todopoderoso. 

Tres composiciones fotográficas hilvanan la historia: la primera toma, de la jovencita mujer que será la futura esposa; otra segunda foto de esta joven niña pero en una actitud sensual, y una tercera, final, de los cazadores con sus víctimas.

Théo Court realiza una notable tarea de producción y realización contando con una narrativa fílmica a veces de enorme cercanía con los personajes y en otras de una ruda lejanía en el invierno de nieve y frío austral. La larga estancia en esa estancia hace que se revele lentamente, como si fuera un enorme negativo, los intereses ocultos a la vista del fotógrafo chileno. Evoca a la figura de Julius Popper, quien fuera quien originariamente tomó las fotos de las matanzas.

Volviendo al inicio de esta nota, de alguna manera Théo Court (quien es español y chileno) se aplica a esa descripción de Bolaño, de la existencia de una estética de la violencia, del acto asesino, de la mirada que se desprende del ojo y también puede hacer daño. Las sombras de los Selknam también pueden fotografiar a sus asesinos siempre y cuando alguien, en este caso Théo Court, les ponga una cámara en la mano. Hay un momento en el film en el que una especie de espectro Selkman se le aparece al fotógrafo blanco, con el cuerpo ritualmente pintado como acostumbraban dichos habitantes. 

Tomar una foto en aquellos tiempos era todo un procedimiento que tomaba tiempo, precisión, tomas únicas, exposiciones muy lentas, laboratorios precarios. Era un arte.

Hoy eso está prácticamente extinguido debido a la fotografía digital, la universalización del acto fotográfico (todos somos fotógrafos), la inmediatez de los resultados, la transmisión y repetición hasta el cansancio de millones de imágenes en las redes sociales. Hoy parecería de bárbaros usar películas y negativos, rollos, la química de las películas frente a la física de la electrónica en las cámaras y en los teléfonos. Se sacan infinidad de fotos pero cada vez hay menos Fotógrafos, del estilo de Man Ray, o Diane Arbus, o Atget, o Cartier Bresson o Robert Frank o Kertesz (para nombrar algunos de mis preferidos); esos que hicieron escuela. ¿Barbarie y civilización?

Crítica: Mario Betteo

Edición periodística: Andrea Reyes

Blanco en Blanco. Crítica

Théo Court realiza una notable tarea de producción y realización contando con una narrativa fílmica a veces de enorme cercanía con los personajes y, en otras, de una ruda lejanía en el invierno de nieve y frío austral.

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