Una experiencia cinematográfica única, donde brillan la fotografía y la música y ni qué hablar de la actuación de Tilda Swinton. “La voz humana” de Pedro Almodóvar, un cortometraje imperdible del gran cine almodovariano.
“La voz humana” (2020) es el cortometraje que Pedro Almodóvar realizó en plena pandemia y con muchos problemas personales, pero con un maravilloso protagónico de Tilda Swinton. Basado libremente en el primer mono-drama de la historia, soliloquio o monólogo que el gran Jean Cocteau escribió en 1930 para su amada Edith Piaf, y que ella no se atrevió a hacerlo porque temía subirse a un escenario sin música (más tarde, Polenc hizo una ópera).
Con el tiempo, la obra de Cocteau se convirtió en uno de los textos más transitados por las grandes actrices del mundo: la visceral Anna Magnani (en uno de los episodios de “L´amore”, díptico fenomenal, junto a “El milagro” de Roberto Rosellini); la medida Ingrid Bergman y la experimentada Sophia Loren. En España, Cecilia Roth la interpretó en versión operística, con la soprano Felicity Lott; y a los 80 años Amparo Rivelles logró un trabajo muy destacado. En nuestro país, entre otros, se atrevieron Berta Singerman y las versiones humorísticas de Alejandro Urdapilleta y la genial Niní Marshall (hay una grabación en el Museo de la Lengua, en La Plata). La lista sería interminable en cualquier país de mundo.
El texto, doloroso e intenso, se centra en el intento desesperado por recuperar a su amante de cuatro años de relación, que se ha marchado para casarse con otra mujer y ha dejado dos valijas que prometió retirar; pero seguramente esta conversación telefónica sea la última vez que esta mujer rota tenga una comunicación con su ex amante.
Desolación, abandono, ira, súplicas, sometimiento emocional y el amor que se va para no volver. Almodóvar ya había hecho su acercamiento al mundo de Cocteau a través de dos joyas de su filmografía: “La ley del deseo” y “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. El sacrificial monólogo de “La voz humana” estalla en la cabeza de Almodóvar como un acto de locura. El artificio del deseo circulando por un espacio de representación infinito.
Los colores estridentes para atenuar los dolores del alma. El sueño como una huida hacia lo desconocido. Una mirada interior hacia los sentimientos y el dolor como en “Dolor y gloria”, su obra maestra. El manejo alucinante de la cámara y el control del espacio permiten que el cine se imponga sobre el teatro, base del texto.
Una experiencia cinematográfica única, donde brillan la fotografía de José Luis Alcaine y la música de Alberto Iglesias y ni qué hablar de la gama de matices emocionales que despliega Tilda Swinton, una actriz fuera de serie, en primeros plano devocionales. El fuego purifica el alma y revierte la pasión hacia la búsqueda de libertad. Otra joya de raro fulgor.
Crítica: Carlos Abeijón
Edición periodística: Andrea Reyes