Hace algunos años, se hacían comentarios acerca de alguna película uruguaya, hablando en términos de “grata sorpresa”. Hoy está confirmado que las producciones uruguayas están conviviendo cómodamente con muchas otras de América. Tomando en cuenta que tiene poco más de tres millones de habitantes, ha construido no solo en las artes sino también en la política y en los deportes, hitos más que notables. Hoy nos toca hablar del film de Manuel Nieto Zas “El empleado y el patrón” de reciente estreno en cines.
Si tuviese que elegir una palabra que condense el nervio de la película sería “zanjón”, aludiendo a esa fractura del terreno que separa dos superficies, sociales y territoriales, a modo de una frontera. Una fractura, que hace intransitable pasar de un lado al otro. Estoy hablando de la sociedad de clases, así como la división de los sexos. El film trata de una pequeña gran historia que se desarrolla entre un empresario (patrón) familia de terratenientes, urgidos por levantar la cosecha de soja en el norte del Uruguay, cerca de la frontera con Brasil.
Rodrigo (Nahuel Perez Biscayart), encarna a un joven con gestos humanistas y new age, quien no sabe ni puede sustraerse al coloso del padre/dinero dueño de las tierras (Jean Pierre Noher). A falta de alguien que maneje uno de los tractores, sale en búsqueda de un ex empleado que vive en pleno campo para que lo auxilie. Así es como encuentra del lado de Brasil, al joven Carlos (Cristian Borges) que vive allí haciendo changas agrarias. El peón, sin papeles para realizar esa tarea, acepta ser comprado para realizar la tarea. Además de trabajador rural, es un apasionado jinete, amante de los caballos.
El resto de la película es el lento desarrollo de una tragedia agraria, que acumula capas de discursos. Registros de distinta configuración, la explotación de la tierra por los dueños y la marginalidad en que viven aquellos que no disponen de los medios de producción. Del mismo modo, la desigual relación de empleado-patrón que nos recuerda por momentos el notable film “El patrón: radiografía de un crimen” de Sebastián Schindel. Carlos vende su fuerza de trabajo a cambio de ascender a otro régimen de vida, amparado por el patrón (que hay varios). A raíz de un infausto descuido, Carlos sufre la pérdida de su hija en un accidente laboral que él imprudentemente causó. Allí es donde hace su presencia la zanja, casi un personaje más del drama.
Todo se va enlazando y desenlazando a partir de esa muerte. Los intereses de clase emergen cada uno con su mejor argumento y ese espacio de idilio que se había generado entre el empleado y su empleador, comienza a derrumbarse por su propio peso. Nieto lleva adelante el film con un ritmo cansino pero sostenido, vigoroso y al mismo tiempo discreto. Pero medido para no colocar bruscamente los matices en claroscuros del bien y del mal, de los inocentes y los culpables. Nieto propone un retrato social donde cada quien es víctima y verdugo del otro, sea éste cual fuese.
Dos líneas de análisis merecen ser expuestas. Por un lado, el lugar que ha tenido la tierra, la propiedad privada, la apropiación de parte de sectores que amasan y multiplican el capital en base a sucesivas expropiaciones de los agricultores. Quienes necesitan de los obreros para que se pongan al frente de sus maquinarias y recolecten las mercancías que llevarán finalmente al mercado. Empero ninguno de los peones-empleados imprescindibles recibirá al menos una porción de los excedentes.
Por el otro lado está la división sexual que el film no oculta en ningún momento. Los hombres son los productores y las mujeres son las compañeras, socias de los placeres y dolores del trabajo. Será el deseo de las madres las que destaquen en la sorda y violenta batalla que se entabla entre Federica (Justina Bustos) esposa de Rodrigo y Fátima (Quintanilla) compañera de Carlos.
Esta última ha perdido a su hijo, y la otra parece haberlo recuperado de un incierto diagnóstico que podría haber puesto en riesgo la salud de su bebé. “Yo si quiero te hundo”, se escucha decir a Fátima durante un enfrentamiento de deseos, de ambiciones y rencores entre esas dos mujeres. Esa fatídica frase, marca con fuego a quien la enuncia. Aunque haya pretendido con ella defenderse de las históricas humillaciones que sufren los que “libremente” deben vender su fuerza de trabajo.
El film muestra sutilmente cómo también están implicadas las fantasías y las subjetividades, pasiones que enceguecen y atrapan a cada personaje en su desenfrenada carrera por seguir acumulando alguna forma de valor. Carlos corriendo una carrera de caballos utilizando el mejor ejemplar de las haras del patrón. El dueño del caballo, queriendo explotar esa posible victoria para sacarle más dividendo a la posible venta del caballo a unos árabes. El afiche del film es más que ilustrativo al respecto.
Será entonces alrededor de la clásica representación de una escena del mejor teatro griego trágico, entre dos madres para apropiarse de un/su hijo, que se producirá la caída de Carlos. Nuevamente debido a un descuido por mirar para otro lado, como se dice, hacia el lado del hijo disputado. La zanja está siempre abierta a un costado de la vida de cada uno de los personajes, como una herida abierta que nunca cerrará porque fue producto de un arrebato originario que no hay fuerzas por el momento capaces de revertir.
Película incómoda y llevadera, pero que por suerte no dejará a ningún espectador totalmente tranquilo, ni cómodo en su butaca. Como en ese juego de la perinola, “todos pierden”, parafraseando a George Orwell, aunque debemos decir que algunos pierden más que otros. Esa disparidad final no conduce a ninguna redención o revolución, sino que cuando se prende la luz de la sala, los personajes del film continuarán viviendo sus desiguales y pequeñas vidas, sin que la estructura que los sostiene se mueva un centímetro en su explicable e inexplicable camino hacia el zanjón.
