Una adaptación muy bien lograda, y un elenco que encamina de manera acertada el rumbo de la obra. El toque de tragicomedia que ofrece invade la sala de principio a fin y se acerca al espectador con situaciones cotidianas que muestran la frágil línea que puede existir entre la cordura y el desborde de la locura. Un gran despliegue actoral con interpretaciones que manejan perfectamente los cambios constantes que toma la historia. Por Rodrigo Fernandez Mallo
Lucas es un chico que desea mantener un estado de armonía y serenidad con su familia. Para ello busca tener sueños lúcidos donde él posea el control y así crear el momento tan anhelado de festejar su cumpleaños en paz con su madre Teté y su hermana Lucrecia. Lejos de ser una tarea fácil, Lucas debe lidiar con su familia para conseguir aquella lúcidez, que parece difícil de encontrar en un ambiente signado por la locura.
Lejos de ser concisa, la obra no frena en ningún momento y acelera de manera ininterrumpida. Rozando los limites de la felicidad y la insania, se entreteje una armoniosa puesta en escena llena de situaciones “graciosas” que resultan familiares, cercanas al espectador.
La escenografía resulta simple y agradable. A medida que va avanzando la obra, la historia toma un ritmo intenso, lo cual se interpone en esta sencillez que aporta el contexto de la narración. Las interpretaciones de los personajes que cambian constantemente su estado emocional, se encuentran bien acompañadas por una iluminación que parece seguir a cada momento los giros que se acrecentan.
Entre la lúcidez y la locura, la adaptación de Sebastián Bauzá, es una pieza fiel a la narración original. Con guiños modernos, además de un toque de comedia que le otorga frescura a la obra, “Lúcido” se acopla a un engranaje donde se difumina el significado de la cordura. Una historia que sitúa los sueños tan cerca de la realidad, que deja en duda que puede llegar a ser un sueño y que no lo es.