Crítica de “El clon de Tyrone”.

Con un Jaime Foxx que da respiro en momentos tensos de la película, John Boyega que se esmera en su interpretación y Teyonah Parris aportando lo colorido y enérgico, hay un largometraje que se esfuerza por ser visto. La historia gira en torno a la muerte de un traficante (Fontainte) y su posterior resurrección (de criminal a convertirse en un investigador), lo que lo acerca a un proxeneta extravagante, y Yo-Yo, una prostituta que trata de darle un cambio a su vida. Al desarrollarse la trama, los personajes principales se sumergen en circunstancias cada vez más fantásticas que, al margen de lo absurdas y cómicas que son, dan la sensación de ser realidades en un supuesto mundo futurista.

Es muy buena la fotografía de Ken Seng, que hace recordar películas emblemáticas del movimiento de blaxploitation cómo Dolemite (1975) de D’Urville Martin o Jackie Brown (1997) de Quentin Tarantino, con la comunidad afroamericana cómo principal protagonista.
Un detalle: el film deja el vaso por la mitad con el soundtrack. Podría tener más vuelo si hubiese sido más superadora en ese aspecto. Además, acompañaría mejor la historia y la temática.