Desde el estreno de su primera película, cada vez que Albertina Carri presenta nuevo material, se convierte en una invitación para ir al cine. Tras ser estrenada en el Festival de Rotterdam, ahora llega a las salas de nuestro país. “¡Caigan las rosas blancas!”, puede verse todos los viernes en el MALBA o en la sala 3 del complejo Gaumont.
Violeta la pego con una película amateur porno lésbica, junto a sus amigas. Ahora la contrataron para hacer lo mismo de manera mainstream. Su ideas sobre la industria y sobre el género no le permiten llevar adelante el rodaje, por lo que elige abandonar el set. Escapando de todo, roba una vieja camioneta con sus amigas y se embarca en un viaje hacia la provincia de misiones.
Quien haya visto la anterior película de Albertina, podrá ver las conexiones con esta nueva producción. Las actrices que repiten sus papeles, el viaje al norte en contraposición a la aventura patagónica de “Las hijas del fuego” (2018). Creando así una secuela que no termina de serlo, una especie de Spin-off o prima hermana.
Una road movie femenina, en un mundo habitado mayoritariamente por mujeres, a la que la ruta le queda rápidamente pequeña. Por momentos, tan literalmente que hasta tienen que tomarse un helicóptero para continuar la aventura. Donde el punto de llegada importa muy poco en comparación a lo que la experiencia del viaje hace en cada una. Dejando lentamente el registro realista, así como las protagonistas son despojadas de sus objetos electrónicos. Mientras abandonan lentamente la realidad, para llegar nadando a una misteriosa isla, habitada por un mito vampírico.
“¡Caigan las rosas blancas!” de Albertina Carri, nos presenta un viaje, que como todo viaje es en realidad una búsqueda. Es la de las protagonistas, la de la misma película en comparación con otras, la que realiza la directora con su filmografía. Mediante un lenguaje visual que la mayoría del cine debería envidiar, invita a la lectura poética de las imágenes. De la narrativa, que por momentos se transforma en onírica. Generando una cámara de resonancia en la cabeza de cada espectador, donde la película hace eco, por largo tiempo, una vez terminada la proyección.