Una de las nuevas apuestas de la plataforma Netflix, resulta ser una serie divertida, adictiva, llevadera, pero que no logra fascinar.
Es curioso, el último día del 2.020, horrible y tenebroso, me puse frívolo, arrastrado por los sensuales vientos de “Bridgerton”, la serie que está haciendo furor en Netflix y que se mete con las costumbres licenciosas de la corte inglesa en el período Regente, que va de 1.811 a 1.820, cuando el rey Jorge III fue declarado no apto para reinar y su hijo Jorge IV fue instalado por la Regencia como príncipe.
Con producción de la exitosa Rhonda Rhimes, responsable de los éxitos Grey’s Anatomy y Scandal, la serie de ocho capítulos, donde reinan la sexualidad, los bailes eternos y las ávidas jóvenes en busca de candidatos nobles y ricos, se basa en las novelas de Julia Quinn.
Ambientada en el marco competitivo y voraz de la Alta Sociedad de Londres, donde las jóvenes debutantes son presentadas en la corte y definen su situación matrimonial. El creador de la serie es Chris Van Dusen y la historia es relatada por Julie Andrews. Por supuesto que las poderosas familias se sacan chispas para entregar a sus hijas al mejor candidato, por eso tanto baile y fiestas en los palacios y hay una chimentera misteriosa, que reparte pasquines malévolos sobre vida y milagros de las concursantes, familiares y candidatos y tiene a toda la corte alborotada.
El punto central del relato es el extraño matrimonio de Daphne Bridgerton; la etérea Phobe Dynevor (con un toque de Audrey Hepburn, pero sin la belleza exquisita de ella) con el apolíneo duque negro Simón Barret (Regé -Jean Page, quien fuera un adolescente punk y estalla en la pantalla como un dios de ébano), un idilio explosivo y volcánico plagado de fuertes escenas sexuales.
La serie sorprende por la gran pomposidad y lujo en la puesta en escena, pero escarbando un poco en las telas, pelucones y pedrerío, algo huele a falso, a bijouterie recargada (aunque algunas joyas parecen buenas) y vestuario de mal gusto.
El diseño de vestuario es de John Glasser, John Norster y Ellen Mirojnick y la decoración de set de Gina Cronwell y Kimberley Fahey. Pero,a todo esto, qué diría nuestro venerado Gino Bogani, vestuarista top de la high society de nuestras pampas, ante semejante desatino, después de vestir, como los dioses a la díscola y pasada de rosca (o pasada de…) que despidió el año con una puteada sin ton ni son, ni a santo de qué, tirando por tierra sus logros del año? Seguramente estará con un ataque de histeria y rompiendo varias telas por el disgusto. En suma, poca creatividad en el diseño de ambientes y vestuario. Posiblemente si este lujoso material hubiera caído en las talentosas manos de un Yorgo Lantimos o un Ken Russell, el resultado hubiera sido deslumbrante.
Por lo tanto, la serie resulta divertida, llevadera, adictiva, pero no un fascinante y sensual cuadro de época.