El film en cuestión merece un vivaz reconocimiento por el sólo hecho de haberse realizado, pero en esta nota analizamos la película desde una perspectiva psicoanalítica, profundizando en detalles no descriptos por las críticas del periodismo cinematográfico y político. Conocé cuáles son los ocho aspectos no mencionados sobre la producción argentina que competirá en los premios Oscar.Edición periodística: Andrea Reyes
Convengamos que a toda película le queda chico el acontecer de la historia. Desde esta perspectiva, someter al film “Argentina, 1985” a una crítica utilizando solamente las avenidas y calles que ha transitado el periodismo cinematográfico y político, sería redundar en lo mucho y generalmente bueno que se ha dicho al respecto. A decir verdad, el film en cuestión merece un vivaz reconocimiento por el sólo hecho de haberse realizado con una cuidada producción, la cual ya nos tiene acostumbrado el respaldo económico de una empresa de dimensiones globales como Amazon; con un casting casi perfecto; con una escenografía y ambientación de esmerada preocupación por la atmósfera de la época. El ritmo de la película no decae e incluso le da espacio a ciertas humoradas calculadas en medio del horror y espanto social que encarnaban la fila de los acusados militares de carrera, y soberanos de Argentina durante casi diez años. Reiteramos: mucho se ha escrito acerca de la verdad de la ficción y la ficción de la verdad.
Lo que desde la perspectiva psicoanalítica interesa señalar, son solamente algunos detalles de la narrativa, de ciertas escenas, de algunos guiños que podrían pasar desapercibidos a raíz del impacto visual y de los hechos que ilustra el film. Mirar la película sin tanto apasionamiento ni adhesión o rechazo a las causas y cosas que se muestran, como si de un reportero extranjero se tratara; porque “Argentina, 1985” no es un cuadro detenido en el tiempo, congelado, sino que vino de un antes y prosiguió en un después. En este sentido, en esta nota enumeramos algunas pinceladas observadas con el ojo crítico del Psicoanálisis:
a) Llamó la atención cómo la palabra que más es usada durante la primera media hora de la película es “facho”, y no por ejemplo “desaparecido”. Todos son fachos. La historia en sí pasa a ser una historia del fachismo, pero no como un rasgo político social de algunos, sino de un modo de vivir que define un espacio. Ni los militares (obvio) ni los sectores que no son afines con el partido peronista, ni la clase media, ni los peronistas cuando son tratados por los radicales, ni los fiscales ni los abogados o los jueces, ninguno estuvo exento de falta y culpa. Hay una consideración generalizada acerca del modo en que el llamado “fascismo” que proviene de la doctrina de Mussolini (no confundir con “totalitarismo”) está infiltrado en la sociedad, en minúsculas partículas discursivas que abren intersticios tan sonoros como las grandes manifestaciones.
b) El culto al héroe. Es otro término que se instala hacia la mitad de la historia. Cada sector apela a sus propios héroes; los que salvaron a la patria de la guerra civil, a los que pelearon en las Islas Malvinas; a los miles de desaparecidos y muertos en enfrentamientos con las fuerzas del Estado; al fiscal y su ayudante que se ponen al hombro la tarea de vencer a Goliat con pocas armas, emulando en la producción del film a ese culto norteamericano que tanto dividendo le ha dado, en propaganda y en dinero: el individuo, solo contra el mundo, sea el empresarial, como el enemigo en la guerra, o los superhéroes de Marvel y Cía o los jugadores de los deportes.
A la argentinidad le gusta y necesita continuamente héroes, y eso es un rasgo épico que está siempre asociado finalmente a la muerte. No existe héroe que no sea finalmente trágico. Se ejemplifica la historia por la gestión de héroes y no de fuerzas sociales colectivas, articuladas por argumentos y razones descentradas de la habilidad o astucia personal de alguna o alguno; porque es una forma del padre el que está siempre alojado a espaldas de cualquier héroe. Es el personaje que hace culto a su rasgo moral que se nutre del acto en soledad. La sangre derramada, aquel libro (sin dudas el mejor de J.P. Feinmann) es de lectura indispensable para darle el peso específico a la violencia argentina.
c) Un ausente del escenario: la CALLE. Sólo se las ve de arriba, desde los balcones, o en las inmediaciones de los Tribunales, siempre casi vacías, gente sin identificación que adorna la ciudad, pero donde la calle como escenario de la confrontación de los intereses de clase, de ideología, el sitio de los gritos y los dolores (e incluso la sangre) han quedado cuidadosamente maquilladas. Es una ciudad pulcra, neutra, donde la tensión de la historia se ha puesto en suspenso. A veces una frase de compromiso para señalar un empuje de grupos. Se parece un poco a la Buenos Aires de la época de la pandemia.
d) Ninguno de los grandes partidos y movimientos políticos queda bien parado. Antonio Tróccoli… Ítalo Lúder… Isabel Martínez de Perón, no son las cabezas sino los brazos de la civilidad que colaboró activamente o pasivamente con el terrorismo de Estado. Ni que hablar de los grandes y pequeños empresarios, los dueños del dinero, las empresas de prensa, el cuentapropista o amplios sectores de la comunidad intelectual.
e) El juicio es un juicio blindado. Se la muestra siempre como una gran pecera que está aislada del gran mar de los ruidos sociales. Como un acto un poco “impuesto” por el nuevo gobierno electo, que se atrevió a impulsar no sin contramarchas, dudas, arrepentimientos. Los hechos posteriores a la sentencia, dieron pruebas de esa timidez, miedo y complicidad del poder ejecutivo, legislativo y judicial (“cobarde” en palabras de Strassera).
f) El presidente se encuentra encerrado. La escena en donde podría haber entrado el ojo de la cámara para atestiguar algo de la figura del presidente Alfonsín y su mirada política, desemboca en un ostensible cierre de las puertas, quedando nosotros afuera de donde los “grandes” resuelven y discuten las cosas. No hay comunicación entre el interior del poder y el exterior. El presidente encerrado es un signo bastante constante de un modo de hacer política, de espaldas a quienes lo sitúan en ese lugar.
g) La figura del “arrepentimiento” solamente se escucha a raíz del testimonio atroz de una madre (Adriana Calvo) que doblega a la madre de Moreno Ocampo (fiel seguidora de la cristiandad y la casta militar argentina).
h) La piedad de la condena. El fiscal acude al lecho de muerte de uno de sus más leales amigos y finalmente le cuenta una realidad que nunca existió, como gesto de piedad ante un cuerpo sin futuro. Metáfora que supo expresarse en otro registro, como “la casa está en orden”: hemos logrado justa justicia frente a los crímenes del Estado. Tuvieron que ser las agrupaciones civiles de familiares de las víctimas del terrorismo de Estado, las que cuestionaran que la casa no estaba tan en orden. Como decía Michel Foucault, el adversario estratégico que tenemos es el del fascismo, no solamente el “histórico” (Mussolini, Hitler) que fueron capaces de movilizar un fenómeno de masas sino también el fascismo en todos nosotros, en nuestra cabeza y en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota. ¿Cómo evitar ser fascista, aún (especialmente) cuando uno cree ser un militante revolucionario? ¿Cómo liberar nuestros dichos y nuestros actos, nuestros corazones y nuestros placeres, del fascismo? ¿Cómo revelar y poner en evidencia el fascismo arraigado en nuestra conducta?
Porque “Argentina, 1985” nos muestra justamente eso, los deslices voluntarios o involuntarios hacia una vida fascista, que ni empezó ni terminó en los años ‘70, que se reproduce más allá de las voluntades en la infinita cantidad de actos y dichos de este país contemporáneo. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que aún hoy a las personas que no profesan el peronismo, se les siga nombrando “gorilas”, calificativo humillante que señala un modo de trato deshumanizante del adversario? ¿Cómo explicar la defensa con uñas y dientes de pequeñas minúsculas porciones de territorio ancestral de comunidades nativas que fueron sistemáticamente desplazadas, segregadas, al mismo tiempo que casi un tercio del territorio de la Patagonia ha sido vendido o cedido a manos privadas nacionales y extranjeras de inconmensurable fortuna? ¿Cómo explicar el estilo de vida individualista, unitario y jerárquicamente piramidal, donde se le pide a la política que “restituya los derechos de los individuos”, cuando el individuo es resultado del espectro del poder? ¿Y la benemérita costumbre de apelar a la raza, el color de la piel o a las prácticas de la sexualidad, para rebajar y someter a cualquier adversario que se nos cruce por el camino?
Amar el poder…es un ejercicio fascista. “Argentina, 1985”, como película, no tiene que explicarnos nada, sino que es nuestra función como espectadores, nuestra responsabilidad, la de ejercitar razones y argumentos que apuntan a explicar, complejizar y probar la historia contada.