Ambos films periodístico tocan el mismo tema pero desde distinto ángulo, por lo que no se igualan ni se complementan. Esto convierte en doblemente valioso el análisis crítico del psicoanalista cinéfilo, Mario Betteo.
Pocas veces se da la oportunidad de ver dos films periodísticos que tratan sobre el mismo objeto, estrenadas al mismo tiempo y que resultan dos observaciones desde ángulos tan diversos. Se trata de “1982” de Lucas Gallo y “Nosotras también estuvimos” de Federico Strifezzo.
No es la primera vez que se realizan films acerca de la Guerra de las Malvinas. Ya hay un numeroso archivo al respecto. Esta vez, las iniciativas partieron de dos realizadores con ideas muy originales. Gallo, se dedicó a rastrear y editar el modo en que la televisión argentina fue protagonista de ese acontecimiento: una suerte de historia narrada por los medios televisivos de la época. Strifezzo, al contrario, filma hoy, en el presente, con tres de las enfermeras que se ofrecieron a asistir al cuerpo médico en Comodoro Rivadavia que recibía a los soldados heridos en las islas. Ellas recorrerán la zona donde estaba el hospital militar y conversarán acerca de lo que fue aquél entonces el convivir con el dolor y además, con los militares a los que ellas estaban bajo mando. Resulta fascinante tomar a las dos películas como objetos que no se igualan ni se complementan, para así leer esos dos puntos de vista.
“1982” habla por sí sola. Los medios televisivos, el programa “60 minutos“, los noticieros del momento, las notas de los reporteros en el campo de batalla, en Puerto Argentino y con el entonces presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri y su canciller Costa Méndez; a 38 años de distancia es algo pocas veces visto en semejante extensión. Pinky y Cacho Fontana son paladines del bien, de la justicia, de la verdad, del deseo de Dios, de representantes de la Patria. En aquel momento se envolvían con la bandera nacional para acompañar una gesta que luego la historia se encargara de degradar su recuerdo. Junto con la película de Strifezzo, quedamos sometidos a un fenómeno colectivo de masas, que bajo la tutela del ejército (otro rasgo tan local, el de formar parte de múltiples presidencias) y de la iglesia católica, creó un bloque de ciudadanos, la inmensa mayoría de argentinos, que despertaban como nuevos zombies para seguir las indicaciones del presidente de ese momento, quien se abogaba sin vergüenza de hablar en nombre de un supuesto pueblo. Ese presidente, luego de la derrota por parte de los ingleses, renunciaría a su cargo y años después debería dar cuenta de sus actos de guerra y sus tormentos propiciados a detenidos anteriormente, en territorio argentino.
Si acompañamos a Freud, el de 1920, tanto la iglesia como el ejército son masas artificiales. Mantienen a sus integrantes, fuertemente cohesionados por medio de lazos libidinales hacia el líder y al mismo tiempo, se crean lazos horizontales entre los individuos. Aunque la religión católica sea una religión de amor, no dudaba en empujar a sus fieles a batallas contra los infieles (en este caso los ingleses. Años antes, contra los “terroristas”). El ejército, fuertemente disciplinado, hace gala de su línea de mando y desarrolla acciones que nadie puede desafiar si no quiere sufrir el escarnio. Ambas masas se aprecian encarnadas en los mensajes que, tanto los que gobernaban entonces como la población argentina, casi indiscriminadamente dejaban de lado los horrores del pasado reciente del golpe de estado y las persecuciones internas, y convertían a la realidad dura, fría y cruel de la guerra contra los ingleses, en una fiesta colectiva. Fiesta que parece, por los decires de la época, que estaba siendo animada por gobernantes y ciudadanos ennegrecidos como por una cinta negra sobre sus ojos. No veían lo que estaba realmente sucediendo en las islas, sino que se dejaban guiar por los cantos pululantes de los comunicados y de la prensa afiliada al oportunismo. Nada dice el film acerca de antes de abril de 1982 y después de junio del mismo año.
En cambio, en “Nosotras también estuvimos”, la película de las jóvenes enfermeras, Alicia Reynoso, Stella Morales y Ana Masitto, tiene otro color. También el discurso religioso tiñe casi todas las escenas, pero en este caso, el diálogo entre ellas, recordando hoy ese “entonces”, tiene una riqueza singular. Las mujeres recorren el sitio donde estaba el hospital, donde hoy es sólo un enorme baldío. Desorientadas, luego de deambular, encuentran los restos del refugio donde se guarecían cada vez que les avisaban que podían estar siendo atacados por los ingleses atacando, cosa que nunca sucedió. “En aquellos días había otra lucha, contra un enemigo invisible pero que sabíamos cuál era, mientras que ahora, el enemigo siempre cambia, no se sabe cual es”. “Vivíamos presas de anuncios acerca de que venían… aunque no sabíamos de dónde”. Un refugio verdadero para un supuesto ataque. Esperando a Godot. Una disciplina militar que se adosaba a una disciplina sanitaria. Siempre preparándose para lo que se vendría, sin saber ni cuándo ni cómo.
Es destacable el hecho que el film traza un registro nuevo, el del papel de la mujer en una guerra que, de parte de la Argentina, era de puros machos y de parte de Inglaterra, era una mujer quien la comandaba. Resulta un tanto obscena la manera en que algunos militares de entonces declaraban que el optimismo de los soldados era “brutal”, que los heridos querían volver a la batalla, imbuidos de un valor (¿cuál?) llamado “argentino”. Fanatismo puro. Incluso un miembro de la fuerza aérea, cuando se encuentra en el presente con ellas en una ceremonia, las mira y les dice sin ruborizarse: “Ah… ustedes eran unas borreguitas”… para decir que eran unas jovencitas. Mujeres /borregos/ ¿Qué más?
Ellas hoy tienen otra misión; la de hacerle un agujero al muro de la historia y del recuerdo, con el fin de poner sus nombres (junto con 9 más), porque al fin y al cabo, ellas siguen siendo militares (el ex combatiente nunca deja de serlo). Con música de western de fondo, usando como arma un taladro, se dirigen a colocar una placa conmemorativa, al lado de otras que son las oficiales, y que hasta este momento, nadie había considerado necesaria.
Es cierto que la sociedad argentina a raíz de la manera en que participó en esa guerra innecesaria llevada adelante por criminales, es decir, sin posibilidades de triunfo, dejó un poco de lado a los sobrevivientes de aquella guerra. Lo dicen los excombatientes cada dos por tres. Como si hubiese algo indigno que los sigue acechando, aunque ellos no fueron quienes dieron la orden de atacar.
La reivindicación por el territorio, no puede llegar a buen puerto si no se lo engloba junto con otras ocupaciones que son económicas y a las que nos vemos sometidos por las corporaciones internacionales.
Durante la guerra sólo llegaron tibias recomendaciones para que no se compraran productos ingleses en las tiendas, pero nunca hubo un bloqueo al capital anglo. Una guerra poco seria, aunque sumamente dolorosa y de insospechados efectos. La guerra se infiltró en la vida doméstica, como un extraño al que ya se lo conoce, por ser de la familia.
Crítica: Mario Betteo
Edición Periodística: Andrea Reyes