Crítica de Alcarràs

Una película de Carla Simón

El próximo jueves 2 de febrero llega a la cartelera argentina el segundo largometraje de la realizadora Carla Simón (Verano 1993), luego de su paso por la Berlinale 2022, donde fue premiada con el Oso de Oro.

Las primeras imágenes que abren el film muestran enormes espacios librados por la naturaleza, escenarios extensos del campo de un pueblo de Cataluña, que lleva el mismo nombre del film, en los que predomina el verde que ofrecen los árboles y la hierba, junto al celeste del cielo y el color pardo de la tierra.

A continuación, la cámara olvida la belleza del paisaje para exponer de inmediato a un auto abandonado, allí una niña llamada Iris (Ainet Jounou) y sus primos gemelos, hijos de una familia cultivadora de duraznos, se divierten fantaseando aventuras. Un viaje imaginario que será interrumpido cuando el ruido feroz de la garra de una excavadora rompa el hechizo asustando a los niños, quienes saldrán corriendo en busca de sus padres.

En este sentido, aquella secuencia inicial de escasos minutos parece ofrecer una premonición con respecto al futuro de vida de esos niños y sus respectivas familias. Pues la tierra que han trabajado durante muchísimos años les pertenece solo de palabra. El abuelo Rogelio (Josep Abad) no ha firmado ningún contrato con el viejo Pinyol, padre de una familia rica terrateniente, quien luego de su muerte ha dejado su gran finca a nombre de su hijo, el mismo que ahora exige el espacio para su nuevo proyecto de instalar rentables placas solares.

Es entonces, que Quimet (Jordi Pujol Dolcet ) hijo de Rogelio se ve obligado a dejar su trabajo de años si es que quiere seguir en esas tierras. Pero para eso deberá aceptar convertirse en empleado de mantenimiento de placas solares. No será fácil ni para él ni para el resto de sus familiares tomar una decisión, incluso cuando su cuñado, esposo de su hermana parece estar convencido a cambiar de trabajo sin pelear por lo que les pertenece.

De esta forma, “Alcarràs” expone un problema global como es el desmonte de tierras agrarias, que son intervenidas para otros usos, sin importar las complicaciones que esto pueda traer a aquellas familias que por años se encuentran allí viviendo del cultivo.

Una historia para nada sencilla de contar, que Carla Simón —perteneciente a una nueva generación de cineastas y consolidada como una de las grandes autoras del momento— narra de forma magistral, representando de manera detallista las duras condiciones de vida de los agricultores. Cautivando al espectador, que por momentos, se olvida de la ficción entregándose por completo al relato y a los personajes, envolviéndose con ellos en sus problemas, emociones y sentimientos, con un elenco compartido entre actores profesionales y no actores que realizan un trabajo brillante, que de tan verdadero consiguen traspasar la pantalla.

Dirección
Montaje
Arte y Fotografia
Música
Actuación

La vida de una familia de cultivadores se verá alterada luego de la muerte del dueño de las tierras y la decisión de su hijo, heredero de las mismas, de venderlas para la instalación de placas solares.

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