“Blonde” de Andrew Dominik. Crítica desde el Psicoanálisis

Un film que polariza y explota la vida de Marilyn Monroe.

“Blonde”, un film extremo desde todos los ángulos que se lo mire. Se denuncian los maltratos a que fue sometida Marilyn Monroe aunque, desde la mirada de Mario Betteo como psicoanalista crítico, su director, Andrew Dominik, hace una sobreexposición de la “star” en la pantalla, provocando por momentos un fuerte claroscuro.

Edición periodística: Andrea ReyesBlonde, Ana de Armas como Marilyn MonroeEntre magistral y ridícula, entre compleja y banal; un melodrama gótico cercano al cine de Lars Von Triers o Polanski o David Lynch.  La crítica con la razón que siempre le asiste, ha desplegado este y otros elogios o disgustos al hablar de “Blonde”, dirigida por Andrew Dominik y de reciente estreno en Netflix. En pocas palabras, se podría decir que “Blonde” (“Rubia”) es un nudo demasiado bien atado. 

El film es extremo desde todos los ángulos que se lo mire. Polariza y explota al mismo tiempo al objeto que quiere exponer, es decir, la vida de una mujer que se llamaba Norma Jeane Mortenson y que luego ella pasó a adoptar el nombre de Marilyn Monroe, por razones artísticas y personales.

 “Blonde” es una película que denuncia los maltratos a que fue sometida Marilyn, algunas veces con su acuerdo y otras no tanto, y lo hace usando las mismas tácticas que los agentes de la industria del cine de entonces. Está basada en una novela de Joyce Carol Oates,  donde nunca sabremos (salvo leyendo el libro) que es de él y qué es de ella a la hora de glorificar el ascenso y el descenso a los infiernos de la estrella, la “star” (una metáfora que abunda en muchos momentos, la de la soledad de las estrellas en el firmamento, el nacimiento y la muerte, la energía, la luz y el brillo, Géminis). 

Andrew Dominik inevitablemente sella la grieta que hay entre la vida pública y la privada, entre la ficción y los hechos más o menos probados, atando al espectador a una exposición a veces innecesaria (fetos extraídos en los abortos, la sensualidad del cuerpo imaginado como escenas de la naturaleza), golpeando con imágenes que se sienten en los ojos sobre los presumibles eventos “traumáticos”, bordeando a veces a las novelas de Stephen King.  

Dominik optó por ese recurso, el de sobreexponer a Marilyn Monroe en la pantalla, produciendo un fuerte claroscuro con  los momentos en que Norma Jeane (de niña) es objeto de fantasmagorías y el deseo de muerte de su madre Gladys. Color-blanco y negro; cuadro grande, cuadro chico; la piel maquillada de Marilyn Monroe que Norma Jeane necesita desesperadamente para seguir subida al tren del glamour, la adoración de los espectadores hombres y  mujeres, que ven en ella la banal y facilonga descripción de “sex symbol”. Un nudo demasiado bien atado.  

Nos preguntamos: el sexo… ¿tiene símbolo? Si lo hubiese, ¿podría identificarse a  una persona?  ¿Es  como la “bandera” que es  símbolo de la patria? ¿El sexo se inscribe en alguna tabla de elementos para que tenga un símbolo? Los Dioscuros Cass Chaplin y Eddy G junto a Marilyn MonroeEl director tomó ciertas decisiones que marcan una especie de interpretación: el film empieza y termina con la misma imagen, la del padre imaginado de Norma Jeane, idealizado, ubicado justamente para tapar la grieta que hay en la pared de su habitación y el vacío absoluto que hay en el cielo. Un padre galán de cine que es la estrella de la muerte, un dios al que le nació una diosa. Este es el vector con que el director orienta su versión de la historia. Un padre que ella sabía y no sabía quién podría haber sido, pero que el guion lo transforma en cartas de promesas, crueles promesas sostenidas por un engaño que se devela recién al final y que aprieta el nudo de forma definitiva. Por eso es que “Daddy” debe de inundar el film, ese modo familiero que tenían en esa época de los ’50 de tratar al marido con el apodo de “Daddy”, el que sostiene económicamente a la familia, herencia del legado patriarcal de la sociedad norteamericana y global. Ese giro que se escucha muy a menudo en estas tierras argentinas, cuando alguien desconocido trata a otro diciéndole “Qué asshé Papá”, o “Papá… no tengo cambio”. Se familiarizan las relaciones no familiares, hijos que encuentran padres en todos lados. 

A Marilyn la vemos en el film indignarse por la forma en que los medios inventan  cosas alrededor de su vida cotidiana, de sus gustos y disgustos. Si Marilyn viese el film de Dominik, tal vez diría lo mismo de él. Nadie niega que sea extremadamente difícil sobrellevar el vértigo que resulta apoderarse de una historia que ha dado millones de dólares a empresarios y a comerciantes, sin caer también envuelto por la seducción del dios dinero.

Un voto de confianza al cine de Dominik: la escena en que ella disfruta de un trío erótico que está filmado usando espejos deformantes, creando esa especie de desfiguración de los cuerpos que sucede en frente de esos espejos en los parques de diversiones. Casi una anamorfosis, tan apreciada por algunos pintores del renacimiento o en la fotografía de Man Ray o André Kertész. Exquisita manera de ver sin ver todo, de mostrar a los cuerpos desnudos plásticos, elásticos, sin la rigidez de las convenciones sociales.

Así como en esta película, en el film “Mi semana con Marilyn” (2011) dirigida por Simon Curtis, ella aparece también en sus miserias y en su erotismo, sin tal vez el casting de Ana de Armas por momentos deslumbrante, pero tratando a la mujer y a la estrella sin abusar de ellas. 

El efecto Dominik es el contrario: luego de las largas dos horas, ya queremos que todo termine de una buena vez. “Esa de la pantalla… no soy yo” le hace decir Dominik a Marilyn mientras ella ve una de sus películas. Frente a un espejo podemos decir algo parecido: “Ese del espejo… no soy yo”, sin temor a equivocarnos (aunque no es una constante), porque sabemos que hay una disparidad, una diferencia entre la imagen y el cuerpo propio, el que habla, el que siente la existencia, la vida. 

Norma Jeane fabricó, se produjo un nombre (Marilyn Monroe) para soportar un cuerpo que atrapaba a los hombres y mujeres, cuerpo donde muchos proyectaban ese llamado “símbolo sexual” que no existe. La película argumenta con razón pero sin tacto alguno, que maternidad y “símbolo sexual” son incompatibles entre sí. Ella nunca quiso renunciar definitivamente a la excitación que le producía saberse mujer de un deseo imposible para acceder a una maternidad que en definitiva nadie parecía querer: ni la madre, ni la industria del cine, ni sus respectivos maridos o amores pasionales. Dominik filmó una pretenciosa alegoría con un poco de gore, de thriller, de fantasía, acerca de una princesa rodeada de hombres que la acosan como lobos hambrientos y no hay un príncipe (padre) que la salve. 

Finalmente, podemos decir que el film ilustra a una Marilyn Monroe (allí Dominik intuye algo) que resultó algo así como un monstruo que acosaba a Norma Jeane,  salvo… en las noches, las interminables noches de insomnio, desvelada, que debía llenarlas de pastillas y drogas de laboratorio, para poder sobrellevar la existencia de la niña indefensa. Marilyn Monroe monstruo de Hollywood que Norma Jean ayudó a producir, que incluso la crio como si fuera una hija, pero que, a la manera de un vampiro, necesitaba de la sangre de la niña Norma Jeane, para lucir su piel blanquísima, esa que le  hizo decir a Billy Wilder que literalmente quemaba la pantalla. La creación termina aniquilando a su creador. 

La muerte final, separó definitivamente a ambos cuerpos: uno quedó sepultado y el otro sigue de alguna manera vivo en la conciencia de nosotros, los mortales que inmortalizamos al mito, a  Venus que emergió de las aguas para explicarnos de qué se trata  su irresistible belleza.

 

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