El documental de la directora Paula De Luque exhibe un registro exploratorio que conquista al espectador con una narrativa anclada en coreografías del célebre Oscar Araiz. Se mimetiza con el ambiente de la danza con una estética refinada y musical. La película se estrena el 5 de noviembre por la plataforma Cine.ar. Por. Florencia Fico.
El argumento del documental “Escribir en el aire” se basa en la figura del famoso coreógrafo, en danza contemporánea, Oscar Araiz. El registro explora el mundo del artista galardonado a su vez posee una extensa trayectoria nacional e internacional.
La directora y guionista de la cinta es Paula De Luque convierte el mecanismo creativo de Oscar Araiz en una fábula orquestal, teatral, conceptual y expresionista. El documental biográfico tradicional se desvanece y aparece un documental performático. Tras sus largometrajes: “Todas esas cosas”, “El vestido”, “Juan y Eva”, “Néstor Kirchner, la película” y “Las formas de las horas”, De Luque suma a su filmografía, una perspectiva que acentúa la subjetividad como estructura y disparador de las más vívidas emociones humanas.
El texto propone poesía, filosofía y una recopilación de la obra del bailarín. Combina alusiones, metáforas y dramatización. Lo onírico amalgamado con charlas con el mismo Araiz. Las reuniones con sus colegas quienes retratan cómo era el carácter y la impronta de Oscar. Tanto como director, compositor, gestor cultural y cabeza de compañías. Asimismo sus ilustraciones, su juego, la performance de la danza y al protagonista participante Oscar Araiz.
La dirección de fotografía en manos de Marcelo Iaccarino hace planos generales con desplazamientos con grúa o traveling físicos para acercarse a los números bailables que se elaboraron para el documental. Asimismo, capturas en detalle en el cuerpo de ellos para evidenciar cómo: la musculatura, el contorsionismo, las figuras, siluetas, posturas, el pelo, la ropa o vestuario, una disciplina como el boxeo, el movimiento de un pez en el agua y el caer de hojas en el aire, las parejas y grupos de bailes, son parte del amplio repertorio, selección, estilo, ritmo y coordinación de Araiz.
La música de Leo Sujatovich se basó en instrumentos como el violín, el piano con sesiones orquestales y sinfónicas; lo que dio un toque elegante, melancólico. En torno a la percusión generó más impacto y resonancia en las escenas.
El montaje de César Custodio enmarcó los contextos de vida del artista. Las naranjas, como elemento referencial de la vida en Europa de Oscar. Allá no tenía recursos económicos, se quedaba a dormir en los camarines del teatro que le abrió sus puertas en España para realizar su oficio.
El pez en la filmación fue también una mascota que acompañaba siempre a Araiz.
Las hojas de papel como instrumento de creación y conexión con sus inicios con su oficio: “Empecé con los dibujos. Era el mundo de mi madre la música y la plástica. Yo encontraba movimiento en esas líneas y eso fue lo que hice seguir las líneas del movimiento, todavía las sigo”, comenta Oscar.
Los relojes presentes en la grabación sugieren esa fijación del artista por la temporalidad con los sitios. Ese hueco donde Araiz cree que: “El espacio y el tiempo abrieron el juego, lo expandían. Era orgánico, interior y me conectaba con una relación exterior palpable y aparentemente infinita. Trabajamos con lo invisible, jugamos con materia que no se ve pero que deja un rastro escrito en el tiempo”, reflexiona Oscar sobre los mecanismos del cuerpo y su vínculo con los lugares.
La mujer con una máscara en el filme también se relaciona su forma de imaginarse los bailes. O como él comenta “la cocina de la danza”. El artista opina: “El juego solo se produce en el caos determinado en el vacío. Un cuerpo frágil y un pensamiento feroz es un estado de ebriedad. Una fiesta. Captar la esencia misma del movimiento. Ese instante entre dos muertes”.
Las tomas de él sentado como espectador se asocian a que él se vio realizado y proyectándose a sí mismo. Y el número final con vestidos de época hace recordar sus épocas en la juventud cuando formaba parte de conjuntos o familias bailiables, por ejemplo: “La pazzia senile”(1965).
La puesta en escena de un cuadrilátero de box, además esboza los momentos de tensión y rigidez. Sus producciones a veces fueron censuradas por los desnudos que contenían y el erotismo que provocaba; un detalle de su osadía intelectual.
“El ser humano se divide en un aparato pensar – pensamiento sobre la realidad y un aparato de fabricar fantasías”, manifestó Oscar acerca de la fórmula que lo consagró y su impertinencia como inventor en 1968 del Ballett del Teatro San Martín.
Ahí mostró sus obras: Symphonia, Magnificat, Romeo y Julieta y La consagración de la primavera, en la que fue su director artístico.
“Mi obra no es solamente danza ni solamente teatro podría definirse por lo indefinible. El camino de algo sin definición. Habitar el límite, mantener la mirada fija en la nada, apartarse de las connotaciones de los objetos y tomar distancia de lo lleno. Retomar el caos inicial implantar el vacío solo así es posible jugar”, explica Oscar sobre la visión de un nuevo punto de partida para plasmar y ejecutar sus presentaciones.
Posteriormente fue director en el Ballet Estable del Teatro Colón en 1979 y en la Danse del Grand Théâtre de Genève en Suiza por el lapso de ocho años.
El documental de la cineasta Paula De Luque construye un relato desde los cuerpos convertidos en el mayor texto del filme y traza un subtrama imaginativo, pictórico y cautivante. En esas pieles está como un tatuaje indeleble el paso del compositor bailable Oscar Araiz quien le aporta una visión lírica, experta y didáctica del mundo de la danza.
Puntaje: 80
Dirección
Música
Guion
Fotografía
Arte
El documental de la cineasta Paula De Luque construye un relato desde los cuerpos convertidos en el mayor texto del filme y traza un subtrama imaginativo, pictórico y cautivante. En esas pieles está como un tatuaje indeleble el paso del compositor bailable Oscar Araiz quien le aporta una visión lírica, experta y didáctica del mundo de la danza.