“’La voz humana’: Otra supernova” de Pedro Almodóvar. Crítica

Cortometraje de Pedro Almodóvar con Tilda Swinton acerca del deseo de la mujer contemporánea.

“La voz humana” es el primer film de Pedro Almodóvar hablado en inglés, donde homenajea al deseo humano tomando la obra de teatro de Jean Cocteau y reescribiéndola libremente, con un final más optimista acerca del deseo de la mujer contemporánea. 

La voz humana (2020) crítica: la primera obra de Pedro Almodóvar en inglés  es gran cine en formato breve con una sensacional Tilda SwintonMuy recientemente se estrenó “Un amor memorable” que este cronista comentó con más o menos acierto. Días después, alguien me llamó la atención acerca de la última película de Almodóvar “La voz humana”, la cual como tantas otras, quedó entreverada con el desorden y el otro orden que impera aún a propósito de la pandemia. Esta leve coincidencia de apariciones, hizo que, de manera casi automática, concluyera que  estamos ante dos formas de supernovas, es decir, esas estrellas que concluyen su “vida” produciendo una explosión inigualable, aumentando más su brillo para luego apagarse violentamente. Eso era algo que el film de Macqueen quería mostrar, la muerte dentro de una relación amorosa.

Ahora nos ocuparemos de la película de Almodóvar. Nos presenta otra forma de “muerte” sin muerte dentro de una relación amorosa, cuando una de las partes hace caer la relación, se va, deja, abandona la escena amorosa.

Jean Cocteau escribió, en los años ‘30, una obra de teatro en un acto, una suerte de falso monólogo que se centraba en ese registro. Una mujer espera la llamada de su amado, y entremedio de interferencias y llamadas equivocadas (no nos olvidemos que en aquella época se trataba de teléfonos alámbricos, con cables, mediados a veces por operadoras y donde era usual que otros se metieran en las comunicaciones involuntariamente). Toda la obra se desarrolla en el estado de desesperación, locura, insoportable existencia que ella experimenta durante la conversación telefónica con él. Porque él continúa estando tanto mientras hablan como cuando no hay comunicación, cuando se corta, proponiendo una especie de omnipresencia. Es decir, que la voz de quien ahora le falta, sigue junto a ella, a través del cable del teléfono, el cual en cierto momento, pasa incluso a enroscarse en su cuello, entre caricia y amenaza. La obra de Cocteau tuvo numerosas versiones, y la de Rossellini encarnada por Anna Magnani (Amore) es una de las más expresivas y creíbles.

Almodóvar, haciendo su homenaje al deseo humano, tomó esta obra y la reescribió libremente, como una suerte de homenaje a esa obra que en innumerables ocasiones le había ofrecido texto y ocurrencias para su amplia filmografía.

Como lo atestigua Almodóvar, él entiende que la mujer de Cocteau ya no es una mujer contemporánea. Puede esto resultar discutible, en la medida que no está especificado claramente qué quiso decir Almodóvar con eso de “mujer contemporánea”. Si lo que quiso fue alejarse del realismo y el romanticismo tal como se expresaba a mitad del siglo pasado, creemos que lo logró. Eligió a Tilda Swinton para el papel y la vistió, la rodeó de una escenografía vistosamente contrastante, encerrada en un estudio de filmación, haciendo uso de los recursos actuales de la comunicación (iPhone y auriculares inalámbricos) rodeada por un cuadro de Artemisa Ghentileschi (Venus y Cupido) y además, filmada en tiempos de confinamiento social. 

Aclaremos que según sus propias palabras, la pandemia no cambió la esencia de su film porque él ya lo había pensado de esa manera, es decir, resaltando el carácter de prisionera que ella se encuentra ante la catástrofe amorosa que está experimentando.

Almodóvar le da más protagonismo a un personaje existente aunque casi invisible en la obra de Cocteau, al que lo hace cumplir serias funciones: se trata de un perro, el cual va a tener que cumplir diversas funciones a la hora de acompañar los dolores emocionales, existenciales, corporales de ella. El perro pasa a ser como el resto del amor. Más bien las cenizas. Pero cenizas que ahora son parte de ella misma. Porque la explosión de la estrella del amor ya se puso en marcha, nada la detiene y va ocasionando fluctuaciones de amor y odio, una espera desesperada (valga el juego de palabras), arrebatos de destrucción y arrobamiento, lo cual indica que si Cupido ha dejado de habitar esa casa, la de ella y él (bien podía haber sido una “ella” porque la indiferencia del inglés a propósito del género lo habilita) no va a ser sin consecuencias. Aunque ella coquetee con su propia muerte, es más bien para sofocar el “dolor” de la falta, de hacerle llegar un mensaje, de… Porque a pesar de los siglos, nadie sabe realmente de qué se trata el amor. Porque hay amores y amores; amores de porquería y amores perros; amores ideales y amores desleales, amores puros e impuros.

Almodóvar le hace decir a Tilda mientras habla con su amor, que su sueño era  desaparecer con él aunque sabe que él no piensa lo mismo: “Pero en algún momento soñamos lo mismo”. Él corta justo en ese momento. ¿Es la cobardía o la confirmación, el corte, la marca del deseo? 

¿Qué tipo de vacío es el que se genera en estos casos, que aparentemente nada puede colmar, y que se vive como una angustia redoblada? ¿O quizás ese nuevo vacío provocado por la inasistencia del amante de corresponder a los requerimientos del amor, muestra desnuda, como la Venus del cuadro, algo, una cosa, un objeto que el amor recubre, envuelve, hace soportable su existencia, con aires de complemento, de perfección esférica, de unión entre dos cuerpos, sin fallas a la vista? Porque de alguna manera, Cupido, aunque es el instigador del amor, fracasa casi siempre en su misión de prolongar el éxtasis imaginado de la completud.

Tilda, con una confianza ciega en su director, nos muestra otra mujer, otra cara de una mujer, muchos más enigmática y fantasmal que la Magnani, menos visceral, menos española incluso (es el primer film de Almodóvar hablado en inglés), pero que con su tono de voz, sus inflexiones, estrangula al amante ausente y lo obliga a contemplar el arrebato en que ella se encuentra. La supernova ha concluido su vida. Ahora podrá seguir adelante, salir a la calle con un nuevo compañero, de ficción, pero no menos eficaz para el momento que le espera. Se llama Dash. Hay que quemar todo y volver a empezar.

Advertimos que Almodóvar propone otro final que el que tramó Cocteau e incluso Rossellini. Hay optimismo en el director manchego acerca del deseo de la mujer contemporánea. Promete liberarla del sufrimiento y de las penurias del desamor. ¿Sabrá que el enigma de qué quiere una mujer sigue vigente? De todos modos,  treinta minutos de Almodóvar alcanzan para despertar aplausos en el ahora confinado espacio de las pantallas hogareñas.

Crítica: Mario Betteo

Edición periodística: Andrea Reyes

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