La plataforma de la N roja gigante tiene entre los próximos estrenos, “Blonde”, la biopic de Marilyn Monroe, protagonizada por Ana de Armas, bajo la dirección de Andrew Dominik. En esta nota, el psicoanalista crítico de cine, Mario Betteo, se adentra en el mundo interior de la estrella de cine estadounidense y debela, sin censura y desde su punto de vista, parte de lo que posiblemente veamos por la pantalla acerca de la vida privada y profesional de esta mega-figura. En estos tiempos monopolizados por las empresas de producción fílmica y en manos de distribuidores llamados Netflix, Disney, HBO, Apple, las campañas publicitarias saturan el mercado de los potenciales espectadores de la pantalla chica del hogar. Netflix decidió hacer un homenaje y buen negocio económico contratando a Andrew Dominik para realizar una película semi-biográfica acerca de Marilyn Monroe, en el año en que coincide el 60 aniversario de su muerte. Para ello, el director tomó como base el libro de Joyce Carol Oates: “Blonde”.
A raíz de esto, esta nota dedicada a Marilyn colabora en la creación de un ambiente propicio de interés por aquella famosa y despampanante actriz que llegó a situarse como la estrella más reluciente del cielo de los años ‘50 y ‘60.
Hablemos un poco de Marilyn Monroe. Apenas recién nacida, fue entregada por su madre a una vecina para que la cuidara. Nunca dijo claramente quién había sido el padre de Norma Jeane Mortenson. Fue una niña que hasta los 15 años vivió en diversas casas de acogida e incluso en algún orfanato. La madre pasaba mucho tiempo internada en un psiquiátrico del cual lo único que quería era escapar.
A los 16 años Norma Jeane se casó con un joven de 21 años, Jimmie Dougherty, también vecino, que le proporcionó la idea de un hogar propio. Estamos hablando de los años en que EE.UU. transitaba en medio de la segunda guerra. Ella era realmente hermosa y tenía algo, un no sé qué, que empezó a seducir a muchos hombres. Un fotógrafo la descubrió en una fábrica en la que ella trabajaba. Le sacó fotos para tapas de revistas para la familia. Ese instante del ‘Click’, de la mirada del lente de la cámara, le suscitó a Norma Jeane una especie de entrega absoluta, lo que ella llamó “libertad”. Inocente libertad.
Así fue que despegó el cohete hacia las estrellas. Se cambió su nombre a Marilyn Monroe, se divorció de su marido Jimmie; se entregó a contratos infames y sucios con la 20th Century Fox; navegó entre sábanas de ejecutivos para obtener papeles menores; el capital industrial puso sus ojos e invirtió dinero en esa mujer; ella le respondió con guiños y sonrisas para seguir su destino hacia las estrellas. “Yo, lo único que quiero es ser ‘maravillosa’ (wonderfull)”. Como si fuese un personaje de un cuento de hadas rodeada de animales peligrosos.
Pero ella sufría de recuerdos, de su historia de niña abandonada que también sabía explotar a su favor; empezó a no poder dormir porque su historia de desamor materno la torturaba, y de pronto un amigo le suministró lo que era en Hollywood de aquel entonces, la pastilla de las estrellas, el Miltown, lo que hoy sería una especie de Alplax, que estaba recién patentado. Todos lo tomaban como caramelos para sentirse menos tensos (la tensión del cuerpo es uno de los nombres del goce). A partir de allí, sin control o con el control de su entorno, el combustible de la droga empezó a empujarla cada vez más y más, a acelerar su vida. Ya nada le era suficiente para estar siempre activa y al mismo tiempo, siempre dormida. Y llegó el matrimonio con el beisbolista Joe Di Maggio (quien la quería convertir en ama de casa… a base de batazos) y el divorcio y nuevas películas y su inagotable deseo de ser una actriz perfecta.
Abrazó con ardor al psicoanálisis que esa época le ofrecía los EE.UU., una experiencia depurada de Freud aunque plagada de técnicas y educación del yo, vencer las defensas, recuperar el pasado para resolver el trauma. La idea de ‘trauma’ traumatizó a la sociedad norteamericana desde entonces. Aún hoy, sea por las intervenciones constantes en guerras por fuera de su territorio, como en los cataclismos naturales, o en los asesinatos en masa dentro del país o tantos otros actos violentos insidiosos en el cine y en la TV, la idea de Stress post Traumático se ha convertido en la marca de fábrica que aloja, sin reconocerlo, la culpa por la colonización fuera y dentro de su “Homeland”.
No hay que olvidar que ella, a pesar de siempre insistir y querer tener hijos, abortaba espontáneamente en cada ocasión (que fueron varias). Las drogas para el olvido actuaron siempre en contra de ese deseo. Por otra parte, la industria del espectáculo prohibía explícitamente que una actriz pretendidamente sex symbol tuviese familia, por obvias razones económicas para los empresarios.
Marilyn Monroe fue convertida en lo que se llamó “sex symbol” (un nombre vinculado al sentido común), nombre de explotación, causa del deseo de hombres y también de mujeres. Aunque ella tratara de ayudar a algunos sectores sociales maltratados por la mayoría puritana y conservadora, nunca pudo ni supo hacerlo más que de una manera tangencial y puntual. Su amistad con Ella Fitzgerald aparece como un claro ejemplo.
Luego de su largo casamiento con Arthur Miller, sus distintos análisis, incluso su internación en un hospital psiquiátrico por un breve tiempo, nada la alejó de la escena del consumo indispensable para sobrevivir y en hacer uso de su título de “sex symbol” aunque ella decía que prefería ser símbolo sexual a ser símbolo de cualquier otra cosa (dixit).
Murió desnuda sobre su cama rodeada de sus admiradas pastillas y desquiciada por un entorno que le chupaba como vampiro la poca sangre que le quedaba. Hoy Marilyn sigue luciendo igual a sí misma, brillando con una luz opaca pero sobresaliente, adorable, encandilante si se quiere, como el ejemplo de aquella mujer inalcanzable, promesa de un goce estelar, en el más allá de lo humano.De sus películas, podemos destacar al menos tres: “La comezón del séptimo año” (1955), “Una Eva y dos Adanes” (1959) y “Los inadaptados” (1961). Las dos primeras dirigidas por Billy Wilder dentro del género de las comedias de enredos, y la última por John Houston, acerca de la seca relación entre unos hombres tan salvajes como los caballos que quieren atrapar en el desierto de Nevada para comercializarlos y una joven desorientada que queda enlazada por ellos y, voluntariamente, interviene en sus vidas.
Quedó en la memoria de los espectadores aquella celebrada escena de “La comezón….” en la que Marilyn pasa sobre una rejilla del Metro de NY., y frente al terrible calor reinante recibe una ventolera bajo sus faldas, producto del paso del subte, que quedó para siempre como una foto espectacular, no solamente por lo que se ve, sino… por lo que no se ve.
El crítico Horacio Bernades tenía esta opinión: “Marilyn, Gran Fetiche Americano cobrando forma ante el atribulado Richard que ha invocado lo que no puede dominar. Paradójicamente tratándose de la Monroe, ella es aquí más una idea que un cuerpo. O más bien un ‘sueño’, como lo sugiere una puesta que va materializándose en todas las fantasías del protagonista. ‘La comezón’ puede ser vista como un único y gran sueño, un viaje por el cerebro de Richard que lee un libro llamado ‘El hombre y el Inconsciente’. Las continuas referencias a ‘El monstruo de la laguna negra’ no son gratuitas. El sueño de la razón engendra marilyns. Casi sobre el final Tom Ewall comenta que el personaje de Marilyn le hace acordar a Marilyn Monroe, prueba de que Billy es tan capaz de patear el tablero como Groucho y sus hermanos”.
Recordemos que en esa otra película (“Una Eva y dos Adanes”) todo es un engaño: Jack Lemon, en la mejor actuación de su vida, confunde su identidad sexual por el simple hecho de andar por el modo vestido de mujer. Tony Curtis hace de doble agente impotente: Marilyn activa la bomba y es llamada a participar activamente sin saberlo en los destinos de ambos Adanes, o sea, la tentación misma. Flavia de la Fuente, escribía en 1994 que “Marilyn es el sexo en la pantalla, nadie más que ella tiene una presencia así. Ocurren conflictos también en el espectador, sobre todo si es mujer u homosexual: todos queremos quedarnos con la irresistible Marilyn”.
Finalmente, recordaremos aquello que declaró Billy Wilder cuando concluyó la filmación y se le preguntó si volvería a hacer una película con Marilyn: “Lo he discutido con mi doctor y mi psiquiatra, y me han dicho que estoy demasiado viejo y demasiado rico como para querer pasar otra vez por esta situación”.
Marilyn no solamente seducía y abría las fantasías de hombres y mujeres, sino que era insoportablemente rebelde, perfeccionista e impuntual como para enloquecer a todos los directores que la dirigieron. Pronto veremos el resultado de un nuevo film acerca de ella. Mientras, seguimos esperando a Marilyn.
Edición periodística: Andrea Reyes
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